Redactario (Océano, 2021), libro hermano de Abecé de redacción (Océano, 2010) urdido por Eric Araya, lleva un subtítulo que anticipa el contenido: Sencillas recetas para redactar con soltura y distinción.
En efecto, Araya ha reunido 33 recetas (no por nada casi son la misma palabra redactario y recetario) encaminadas a socorrer redactores no sólo primerizos, pues otros escribidores un poco menos rezagados, entre los que me cuento, podrán encontrar de mucha utilidad el menú temático dispuesto por el filólogo de Chile radicado en La Laguna.
El libro, por esto, es amplio y enjundioso en el sentido que da la RAE a esta palabra en su segunda acepción: “sustancioso, importante”.
En las “recetas” de Redactario, como en un libro de cocina, no bastan los ingredientes, y por ello son acompañados por cuantiosos ejemplos que equivalen al “modo de hacerlo” habitual en los recetarios.
Muchos de los ejemplos, además, fueron transcritos de obras importantes, de suerte que resulta imposible reprochar falta de autoridad.
Este nuevo título de Eric Araya es, como él lo advierte en las páginas liminares, un extenso curso sobre las malicias que debe adquirir todo aquel que aspire a redactar con claridad/calidad.
El procedimiento en cada receta es similar, y esto produce la sensación de orden en un tema (la redacción) que por su naturaleza tiende a dispersar el pensamiento. ¿Por dónde comenzar la enseñanza de la redacción, con qué receta?
El autor ha tenido forzosamente que establecer un orden, una especie de plano en el que se ven 33 colonias, todas ubicadas en la misma ciudad, afines en diferente grado, pero también distintas.
De esta manera evita que el arte de escribir sea un laberinto —lo que parece ser a simple vista—, sino un espacio con zonas bien delimitadas.
Asimismo, este Redactario ha evitado el lenguaje técnico, pues su lector meta de momento no lo necesita. Si apela a uno que otro término especializado, es básico para designar tal o cual fenómeno, nunca para oscurecerlo o por pedantería. Pienso, por citar un solo caso, en la “coma explicativa”.
La llama también “coma paréntesis” o “coma incidental”. Mencionadas así, estas comas pueden ser de difícil digestión para el redactor recién iniciado, pero el autor pasa rápido a la explicación y de inmediato a los ejemplos.
La teoría, entonces, importa aquí menos que la práctica, así que la concatenación de temas y subtemas se engarza con abundancia de ejemplos correctos e incorrectos, e incluso con cuadros que sintetizan gráficamente lo tratado.
He dejando al final una opinión íntima sobre la enseñanza de la redacción, o más bien sobre su eficacia.
Desde hace mucho tiempo no soy muy optimista al respecto, y más bien sospecho que desde el exterior de esta enseñanza se piensa que es posible aprender a redactar con claridad y hasta belleza mediante clases y manuales.
La respuesta que tengo vacila entre creer que es posible y creer que no lo es.
Quizá es una perogrullada lo que diré, pero siento que la diferencia entre aprender a redactar y no aprender, como en todo lo complejo y aun en lo simple, está en la voluntad.
Si la persona lo desea con alguna mínima convicción, si en su “proyecto de vida”, como dicen, está escribir con decoro, no hay obstáculo que impida tal fin.
Si no, si escribir correctamente no es siquiera un minúsculo apetito, las clases y los manuales están de sobra.
Ahora bien, para las personas con interés por redactar con pulcritud, este Redactario es, desde ya, una herramienta estupenda porque quien lo articuló sabe bien, demasiado bien de lo que escribe y ha comprendido en la práctica académica que la única manera de ingresar en los misterios de la escritura es develándolos, mostrando que detrás de cada oración simple o complicada se esconde un mecanismo con engranes, pernos y resortes.
Ese mecanismo, esos engranes, esos pernos, esos resortes están profusa y diáfanamente organizados en el curso de las páginas que al lector con voluntad, no al lector indiferente, podrán orientarlo hacia la arquitectura de textos en los que sonría la claridad del pensamiento y quizá, por qué no imaginarlo así, de la belleza.