El domingo 13 de julio presenté este libro en la Feria Duranguense del Libro:
Uno de los hábitos más frecuentes de la literatura es preguntarse sobre las colindancias de los géneros.
Qué es un cuento, qué es una novela, hasta dónde llega la poesía, cuál es la forma de crónica y otras preocupaciones que nunca ha desvelado a la mayoría de los lectores.
Antes tomaba muy en serio estas inquietudes, pero luego me di cuenta de que sólo servían sobre todo para facilitar el trabajo en las aulas, no tanto para resolver los problemas creativos del escritor o del periodista.
Todavía es hora en la que, al leer y escribir, me planteo la definición genérica de lo que leo y escribo, pero sin caer en el fundamentalismo de la juventud. Si un libro es bueno o malo, da igual que sea del género que sea.
El libro de Ruth Castro que aquí presentamos se inscribe claramente en lo que conocemos como “ensayo”, precisamente uno de los géneros que más debate definitorio han provocado.
¿Qué es un ensayo?, se han y nos hemos preguntado incontables veces.
En su estado más puro y antiguo, la respuesta está en Pensar a caballo, pensar sobre la almohada (El Astillero Libros-Arferit Editorial, Torreón, 2024, 117 pp.) en el que su autora no sólo ofrece en el primer ensayo homónimo su definición del espécimen, sino que también lo ejerce en las páginas que componen todo el libro.
Por alusiones y dicho sea de paso, una parte de este volumen se desarrolló durante la pandemia, época que, si un beneficio tuvo, a muchos resultó adecuada para pensar y escribir.
A continuación y también a caballo, pero galopando, describo por encima algunas de las 21 piezas, todas breves.
“Pensar a caballo, pensar sobre la almohada” es un ensayo en el cual Ruth Castro reflexiona sobre el género que en ese mismo momento está practicando; el ensayo.
Es pues una especie de metaensayo. Señala que este género tuvo dos grandes iniciadores, uno en occidente, con Michel de Montaigne, y otro en oriente, con la japonesa Sei Shönagon, quien escribió El libro de la almohada, una especie de diario con reflexiones sobre su circunstancia y a quien Ruth prefiere tener como engendradora del ensayo, 580 años antes que el francés a quien tenemos como padre del género.
En aquel libro, Shönagon compartió sus problemas, su vida íntima, una especie de antecedente remoto del ensayo a lo Montaigne. La autora lagunera confiesa al paso que este es el género que más le acomoda.
Uno de los ensayos más amplios del libro es “De algunas de las cosas que tomé por buenas y lo que resultó de ello”, y comienza con un énfasis en el gusto de la autora por los títulos a la usanza antigua, aquellos que empezaban con las fórmulas “De cómo…”, “De lo que…”, “De cuando…” y otros semejantes, que muchas veces encabezaban los capítulos como pasa en los Comentarios reales del Inca Garcilaso de la Vega.
Luego de esto, Ruth avanza hacia el sobrevuelo de los trabajos que suelen atar al artista o a quien se cree artista.
En el fondo, se trata de un texto cercano al debate actual sobre la experiencia de la enajenación en el mundo neoliberal: hay que ser productivos, no perder tiempo, ganar, reinventarnos, diseñar nuevos modelos de negocios, producir, atarnos al “emprendedurismo”.
A su modo, la tesis de Ruth no deja de sintonizar con la renuncia a la productividad y la desaceleración propuesta, entre muchos más, por pensadores como Bifo Berardi o Kohei Saito.
Una evocación de la abuela cuasicentenaria aparece en “Los botones siempre fueron un tema aparte”, vagabundeo en el recuerdo de una mujer entregada al oficio de la costura y de la que Ruth Castro reconstruye vida, oficio y ámbito de trabajo.
No me parece demasiado atrevido decir que de ahí le viene el gusto por la escritura y la edición, que a su modo es lo mismo que coser, unir tramos de palabras.
De hecho, “texto” es una palabra hermana de “textura”, “textil” y del verbo “tejer”, de suerte que la metáfora “tejer textos” es casi un pleonasmo.
“Con zapatos de tacón” no es un examen de la famosa cumbia interpretada por Bronco, sino un paseo típico del ensayismo clásico: asumir lo inmediato, en este caso el calzado, los zapatos, como punto de partida para pensar.
¿En qué? Ruth lo hace en torno a las imposiciones sociales, al abuso de los clichés estéticos, a la aceptación de sacrificios sólo para cumplir con los estereotipos.
Una reflexión excelente, grata e incluso salpimentada por buenas dosis de humor.
“El dificultoso oficio de comerciar libros” sirve como pretexto para hablar de su experiencia como lectora, de la relación física y emocional que ha mantenido con los libros.
Su paso por librerías como compradora, trabajadora y dueña le ha permitido valorar la importancia del contacto directo con el libro y su gravitación en tanto objeto de cultura.
Saludo la llegada de este libro inteligente y grato, un buen modelo para quienes todavía quieran preguntarse qué es un ensayo.
Aquí hay muchos de suyo interesantes, sabrosamente escritos y además muy bien editados en dominante tinta azul, el color del pensamiento, según creo.