De voz suave y firme. Su narrativa es directa. En ellas se unen el verbo y la plástica. Hay brío y humor. Se percibe en su forma de hablar y de actuar. De plasmar sobre el lienzo o cualquier material. Todas son artistas. Multidisciplinarias y especializadas. Se han conocido en el camino. Son jóvenes y de edad avanzada. Están articuladas por sus coincidencias y ponen límites con el oficialismo; sin verlo como enemigo, claro, pero sí pintan su raya. Son más que nada independientes y su intercomunicación es el arte. Y a través de este medio cuentan sus historias. Con la plástica o el tejido bordan y abordan destrezas. Son rebeldes con causa.

Con ellas te contactó la artista visual Miho Hagino, de origen japonés, con años de vivir en México, donde ha desarrollado variadas expresiones artísticas, desde la performance al video, la pintura, la fotografía y la cerámica; una artista multidisciplinaria que ha cultivado relaciones en todo el mundo. Desde el Istmo de Tehuantepec y otras regiones. Una incansable promotora de la cultura mexicana. “Yo expongo ahí una fotografía”, indicó Miho, con voz suave y sonrisa tímida, y entonces te contactó con Beatriz Rebollo, artista plástica y gestora cultural.

Y llegaste a ese rincón de Juchitán ubicado en la planta baja de un edificio de la unidad habitacional Tlatelolco; ahí está el Centro Cultural Macario Matus, espacio autogestivo que estuvo en la colonia Moctezuma, pero se cambió a este lugar, donde convergen proyectos artísticos. Es un pequeño pero dinámico espacio cuyos muros exponen obras de 25 artistas del Primer Salón Feminista Disidente. Pintan y tejen historias.

“Es un lugar comunitario que además se ha especializado en apoyar el desarrollo de las personas, de los pueblos originarios, de mantener viva la cultura, no solo de Juchitán, sino de aquí mismo y de otros lugares de la república”, explica Beatriz Rebollo.
Durante un tiempo este lugar estuvo en la colonia Moctezuma, con el nombre de Casa de la Cultura Juchitán, fundada por Macario Matus, pero se trasladó a este lugar, con el nombre del divulgador cultural y reportero, ya fallecido, quien aparece en fotografías entrevistando a su paisano el pintor Rufino Tamayo y al escritor José Revueltas.


“Era un tipo plural, extraordinario, extremadamente simpático; tenía siempre un lugar para las personas, le interesaba la cultura y era un gran promotor de su lengua”, describe Beatriz Rebollo a Macario. “El actual director de este espacio es el maestro Feliciano Carrasco Regalado, un continuador de ese legado”.
—Y qué presentan.
—Albergamos el Primer Salón Feminista Disidente, que es una propuesta plástica de 25 compañeras que exponemos de manera urgente y necesaria porque estamos en la 16 Conferencia Regional sobre las Mujeres de América Latina y el Caribe.
—¿Por qué Salón Feminista Disidente?— se le pregunta a Mine Ante, artista visual, una de las participantes.

—Porque justo se da con el propósito de tener una interlocución con las compañeras que desde el marco institucional hablan o definen el mundo de la política pública. Nosotras queremos tener un diálogo, pero desde afuera.
Y desde la autogestión organizaron esta muestra.
—¿En qué consiste tu obra?— se le pregunta a Nine Ante.
—Esta serie es testimonial. Utilicé carboncillo, papel, grafito, sanguina, diferentes herramientas, como en barra seca. Mi trabajo tiene que ver con rescatar historias, como una microhistoriadora, como una arqueóloga, antropóloga, rescatar de dónde vengo, qué historia tengo.


—De dónde eres.
—De Colima.
“Yo hablaba mucho con mi abuela, que ya murió, entonces en algún punto empecé a entender lo que yo soy, cómo pienso, qué siento, cómo habito este mundo que tiene muchísimo que ver con las historias que hay detrás de mí, de violencia, de gozo, de sexualidad; cómo ha sido la historia familiar, las relaciones; entonces lo que yo rescato son momentos que han sido cruciales, algunos son violentos, y lo que hago también es espejear; somos todos, tú también. En esta sociedad tenemos, de manera transversal, mucha violencia, mucha solidaridad, habilidad y creatividad como para trascender, eso y traumas que se nos quedan de manera colectiva”.


Presente también está Luz Mila de Luna, fotógrafa y artista textil, quien teje historias familiares, empezando por las de su abuela, de la que se basó para hacer el libro titulado Pólvora en la piel, donde combina diferentes técnicas sobre tela y papel.


“Estoy muy agradecida de compartir esta obra con artistas de diferentes disciplinas”, dice en referencia al libro titulado Pólvora en la piel, que hizo como un homenaje a su abuela materna, Rafaela, quien a los 9 años “sobrevive en su primer encuentro con la muerte”.
—¿De qué sobrevive?
—Le da la Viruela negra. Literal: ya la habían desahuciado; muchos años después, a los noventa y tantos, muere. Estaba muy grande. Y todas sus historias me las cuenta cuando era yo chica. Yo crezco con ella.


—Y cuál tu forma de expresarte de manera plástica.
—Yo diría que hay un lenguaje para escribir, pero en este caso yo lo hago con la aguja, el hilo y a veces el estambre. De esa manera he podido transmitirlo en algunas piezas. Narro las historias de violencia que ella enfrentó; y es que mi abuelo era militar y una de las características es que había armas en casa; afortunadamente no hubo un accidente, pero siempre había amenazas de mi abuelo. Es una de las tantas historias.
—Del machismo.

—Sí, del machismo, violencia, y también de un Estado que no se hizo responsable: a mi abuelo, por ejemplo, lo reclutan en el Ejército a los 14 años, y desde entonces traía los traumas de la guerra; era muy violento, era alcohólico, y en algún accidente esto pudo haber terminado en una tragedia.
—¿Conociste a tu abuelo?
—Yo lo recuerdo como entre sueños, yo tenía 3 años. A mi abuela sí.
Ella murió en 2017. Era de Ario de Rosales, Michoacán, de la Tierra Caliente. Todos los recuerdos son historias adquiridas de mi abuela.
—Entonces tus tejidos son como las memorias de tu abuela.
—Sí, sí, son sus memorias. Y yo siento que a la ahora de bordarlos, a mi manera, yo siento que sané, y sané un poco, sobre todo para mí, porque ella las contaba no en forma de victimismo, sino era como diciendo: “sobreviví”. Y yo, ahora, reflexionando con otras colegas, siento que había una carga emocional que he podido transmitir. Y también, contando estas historias vienen a mí personas contándome cosas similares.
—Veo que alrededor de tu abuela hay otras imágenes a las que les cubres el rostro, ¿por qué?
—Sí, en el libro Pólvora en la piel pude intervenir algunas imágenes de militares o compañeros que siempre estaban con mi abuelo y que para mí es una carga emocional muy fuerte y entonces los borré, los rompí…
—¿Una forma de protestar?
—Pues sí, fue una manera de rebelión; porque él no estaba contento y todo lo que había pasado a su alrededor. Él nació en 1910 y estuvo en la Guerra Cristera. Lo reclutaron cuando era niño. Mi abuelo se llamaba Abraham Luna; mi abuela, Rafaela Guido. Era curioso. En Michoacán había una mezcla fuerte: había gente local y un pueblo purépecha; había una mezcla de alguna migración italiana…