
En pocos metros a la redonda puedes encontrar lugares asombrosos, tanto los que están a la vista, como los ocultos. Solo es asunto de observar, asomarse o fisgonear.

Pero no todos tienen tiempo ni paciencia para contemplar el entorno, sobre todo en una ciudad donde se vive a prisa.
Lo sabe bien Bertha Hernández, apasionada historiadora y periodista, quien organiza recorridos semanales para desentrañar los lugares más recónditos que esconde Ciudad de México.

—¿Qué lugar quieres que veamos?— reta vía telefónica.
Y mientras lo piensas, añade:
—¿La Narvarte…Centro Histórico?
—Centro Histórico.
—Okey, partamos de la Plaza de Santo Domingo.

Y elegiste como punto de partida Santo Domingo, la segunda plaza más importante durante el Virreinato, dirá ella, aunque es más conocida por la presencia de individuos que ofrecen documentos apócrifos, actividad ilícita convertida en una historia interminable, pues solo hay pesquisas policiacas cuando dicho lugar es mencionado por algún medio informativo; los enganchadores, sin embargo, siempre andarán al acecho, en bisbiseos constantes, escondidos tras los muros, mientras prometen al potencial cliente cualquier tipo de documentos al vapor, para ya.
Pero eso queda atrás.
—¿Y quién es Bertha Hernández?— se le pregunta a la historiadora.
—Tiene muchos años que se dedica a la divulgación de la historia de este país y uno de sus particulares intereses es la historia de la Ciudad de México, la ciudad donde nació y ha crecido.
—Estamos en la Plaza de Santo Domingo.
—Bueno, la Plaza de Santo Domingo es un resumen, un pequeño compendio de la manera en que la historia se acumula en Ciudad de México. Porque esto que fue la segunda plaza más importante de la ciudad en sus siglos virreinales; tiene también pequeñas huellas, indicios de los grandes momentos de la Reforma, de la Revolución, del Porfiriato.

—Y además las falsificaciones.
—Hay historias muy oscuras, pero muy, muy oscuras, y todo en este cuadrito de Santo Domingo, todo convive aquí; el chiste es saberlos buscar y encontrar— comenta quien también hace radio en Radio Ciudadana del IMER.

Y a tiro de piedra, en República de Cuba número 95, está la escuela primaria Miguel Serrano, antiguo inmueble del siglo XVIII, donde la tradición describe que se levantó la casa de doña Marina, Malintzin o la Malinche.
Y algo más palpable.
“Sí, hoy en día es una escuela primaria; pero —añade la historiadora— como el pasado se superpone, pues qué crees: es una escuela con patrimonio, porque ahí es están unos murales que pintó hace muchos años un muralista, cuando era un joven artista, y fue nada menos que Alfredo Zalce.

—Nada menos…
—Sí, y los niños que van a esa escuela, entran y a lo mejor no lo saben, pero es un patrimonio histórico por el inmueble, pero también por la obra de Zalce. La mayoría de los inmuebles de esa zona son virreinales, aunque con el tiempo han sido intervenidos, les han hecho arreglos; otros son bodegas.

Un profesor de la escuela entreabre el portón de madera para permitir la entrada de alumnos, de modo que se aprovecha la oportunidad y se le pide permiso para entrar, grabar y tomar fotos, pero dice que solo es posible hacerlo con permiso especial de la SEP, y es cuando el camarada Rodrigo Díaz, cámara, aprovecha la rendija para, desde la banqueta, enfocar parte de la obra del muralista Zalce.
De regreso al centro de la plaza.
—Decías que esta plaza tiene una peculiaridad.

—Bueno, esta plaza es la segunda más importante del Centro Histórico de los tres siglos de virreinato. En la primera traza que se hace de la Ciudad de México, la que ordena Hernán Cortés, y que hace Alonso García Bravo; es un espacio planeado desde la propia fundación de la ciudad virreinal; es decir, la ciudad que surge después de la Caída de Tenochtitlán.

Y a unos metros, sobre la calle de Brasil, está el edificio de la Secretaría de Educación Pública, mientras que a la vuelta, en República de Argentina, hay un museo de amplios espacios con murales de Diego Rivera, todos a simple vista.
Aquí tampoco permiten entrar con cámara de tele —es un inmueble de la UNAM—, aunque sí con teléfono.

Se trata del Museo Vivo del Muralismo que a fines de este mes, septiembre, cumplirá su primer año de operaciones.
“Es un edificio híbrido —detalla la historiadora—, porque se conjunta la parte virreinal al edificio que en 1922 José Vasconcelos inauguró para que fuera la sede de la SEP”.

Y es cuando, emocionada, la historiadora sube las escaleras y conduce por pasillos y vericuetos hasta vislumbrar un alargado y majestuoso salón que al fondo tiene un espacio delimitado y en sus muros fotografías, entre ellas una de Justo Sierra, y murales.
—Persiste la oficina que escogió Vasconcelos.

—Definitivo, y si a mí me preguntaran qué es lo que más importa ver en este museo —dice muy segura— yo diría que hay que ver la oficina de Vasconcelos, porque los murales de Diego Rivera, que son muy famosos, la gente los conoce y hasta se publican en libros, se hacen cápsulas, etcétera, pero de la oficina de Vasconcelos muy poca gente sabe y escribe.
Para la historiadora, quien organiza recorridos dominicales, durante los cuales desentraña mitos, secretos y realidades de la capital, vale la pena ver esta joya que no se percibe a simple vista: la oficina del primer secretario de Educación Pública de México. El abogado, el político, el escritor, el pedagogo, el filósofo.

“Realmente casi nadie sabe y muy poca gente escribe”, afirma la maestra. “Y hay que decirlo: es una oficina que no tiene comparación en ninguna dependencia del gobierno federal”.
—Es una joya…
—Totalmente de acuerdo: es una joya que tiene unos murales de Roberto Montenegro. Si la gente lo visitara más, la gente se preguntaría quién es Roberto Montenegro, porque lo que dejó ahí es formidable…

Sobre el escritorio hay una impecable figurilla que llama la atención: es la Minerva que en aquellos tiempos un joven Carlos Pellicer, que trabajaba con Vasconcelos, compró y colocó en ese lugar. Una acción que agradó a su jefe.
“Una historia preciosa”, exclama la historiadora, cuyas redes sociales son: x: @BerthaHistoria; Instagram: @BerthaHistoria, y Facebook: Bertha Hernández
—¿Por qué?
—Porque Vasconcelos quería que el proyecto educativo mexicano se sustentara en los grandes momentos del conocimiento universal, y uno de esos grandes momentos es la cultura clásica. Por eso, tanto la fachada de la calle de Argentina, como el edificio de la SEP, y en la oficina del secretario, hay dos referencias. ¿A quién? A Minerva, la Diosa del conocimiento y la sabiduría.
“La tradición y la anécdota nos afirman que, cuando se estaba acondicionando el edificio, el poeta Carlos Pellicer, que era un jovencito que trabajaba con Vasconcelos, vio en un escaparate la estatua de La Minerva y fue a ver a Vasconcelos”.

Una compra que agradó al funcionario.
Y a la vuelta, en la esquina de Brasil y Belisario Domínguez, visitamos el Museo de Medicina de la UNAM, antiguo palacio del Tribunal del Santo Oficio (La Inquisición); por ahí llegamos a los restos de las cárceles de La Perpetua, “de muy oscura memoria” y nos asomamos a lo que queda de las celdas, ya restauradas.
En ese sitio estuvo la Escuela de Medicina, donde estudió el poeta Manuel Acuña, quien ahí mismo, en diciembre de 1873, se suicidó, dicen, por el amor de una mujer.

Lo confirma una placa en el muro exterior.
“El 6 de diciembre de 1873, en una celda de esta Antigua Escuela de Medicina, rodeado por el olor de cianuro, fue hallado el cadáver del poeta Manuel Acuña, autor de Nocturno a Rosario”.
