La levitación, efecto por el que un cuerpo se mantiene en el aire haciéndonos ver que flota, qué nada visiblemente lo sostiene, qué los espíritus benignos o malignos han invadido a la persona u objetos, qué quién lo realiza está fuera de lo normal.
En la historia de la humanidad esta práctica nos ha impresionado desde siempre y se asegura que yoguis hindúes o monjes budistas en estado místico flotan. Asimismo, se reseña que varios santos cristianos, sabios judíos o devotos se levantan del suelo para demostrar que fueron impregnados por la divinidad.
Diríamos nosotros que no hay acción más significativa para que ganen credibilidad estos personajes que verlos dejar el suelo y sostenerse en el aire. Si fuera cierto, qué interesante y valioso sería someterlos rigurosamente a la ciencia.
En la física encontramos que la levitación si es una realidad, se puede llevar a cabo por: Magnetismo, con imanes. Electrostática, generando campos eléctricos. Aerodinámica, presión ejercida por gas. Acústica, por intensas ondas sonoras.
Con estos antecedentes el arte no podía dejar de lado este curioso fenómeno y hemos visto en las películas, flotar a los impuros, caminar a los dioses sobre las nubes, caer suavemente a los demonios o mover cosas y hasta edificios por suprahumanos.
Desde luego no podemos olvidar a los artistas de la prestidigitación o magos que, haciendo uso, estos sí, de la audacia y de la ciencia han llevado sus actos de ilusión a increíbles diversiones.
Asimismo, en la literatura de ficción hallamos el cuento “Levitación” del escritor estadounidense Joseph Payne Brennan que aborda el tema,
Hagamos el resumen: Un circo ambulante llega a un pueblo, los habitantes lo reciben con entusiasmo. La gente circula entre las tiendas, observan con asombro a la mujer gorda, al hombre tatuado, al niño mono. Felices comen dulces, palomas de maíz o cacahuates, hasta que escuchan una arenga para que se acerquen al hipnotizador. Todos se arremolinan frente al que anuncia. Allá en el fondo, el hipnotizador los mira con desdén.
Después de un rato camina ceremonioso, el público ve a un hombre demacrado, enfundado en un traje negro. Pide que alguien suba, nadie lo hace, por fin un joven sube.
Se lleva a cabo la hipnosis en sumo silencio, de pronto una bolsa de palomitas es arrojada por alguien, la multitud se suelta en carcajadas. El hipnotizador está furioso, guarda compostura, despide al joven y pide que pase el que arrojó la bolsa. Ante la presión de la gente, el individuo sube, con aspecto belicoso.
Primero lo duerme y le ordena: “¡Elévese de la plataforma! ¡Elévese!” Los ojos del hipnotizador parecían lanzar rayos, el gentío contenía el aliento, vieron como ascendía.
Había subido como dos metros cuando el hipnotizador se lleva las manos al pecho y cae muerto. Todos estaban distraídos mirando al fallecido, en eso alguien grita, se percatan que el hipnotizado sigue subiendo y subiendo hasta desaparecer en el cielo.
¡Sí, eso ocurre! Nuestro hipnotizador fallece en pleno acto y el asistente no despierta, levita hasta que se esfuma, dándonos un final inesperado.
El texto podemos enmarcarlo en el género de la farsa porque los hechos son grotescos, inverosímiles, exagerados, lo vemos con el hipnotizador o que se lance una bolsa para romper la acción principal, que la gente se quede perpleja, se espante o sufra, mientras los lectores nos reímos de los sucesos. Lo mismo pasa con las caricaturas, en ellas, miramos a los personajes sufrir, caer de alturas, atropellarlos y nosotros gozamos, nos carcajeamos. Esa es la función de la farsa, servir como descarga emocional.
Hemos repasado diferentes aspectos del tema, añadiríamos que ya hay trenes que usan el magnetismo para quedar suspendidos y se afirma que pronto con chips en el cerebro levantaremos cosas, lo que sí es seguro es que la levitación en el futuro será uno de los más grandes proyectos de la humanidad y múltiples empresas forjarán cuantiosas ganancias.