La misión era noble, pero imposible: opinar sobre los egresados de la carrera de Ciencias de la Comunicación con miras a mejorar la estructura curricular. No era imposible por falta de experiencia, que la había de sobra en la concurrencia: Angélica Valle, Patricia Cerda, Nelly Ofelia Martínez, Laura Herrera, Ángel Quintanilla, Ulrich Sander, Gregorio Martínez, Plácido Garza, José de la Luz Lozano, Eduardo Campos, Jesús Óscar González, Óscar Tamez y así hasta contar 23 comunicadores.
Era imposible porque, como bien se dijo ahí, ni siquiera está claro qué es lo que quiere formar la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la UANL: ¿periodistas? ¿Mercadólogos? ¿Generadores de contenido? ¿Publirrelacionistas?
Como eran tantos los contertulios, me dediqué a escuchar, a tomar café y a desayunar. No alcancé a someter mi opinión al juicio de los presentes, pero aprovecharé este espacio para compartir dos o tres ideas sobre el tema, con la peregrina esperanza de fomentar discusión sobre el tema.
Creo que estábamos tratando de coordinar a varios actores con prioridades y tiempos distintos. En el eje de todo está [1] la realidad, cambiante, complicada y llena de facetas. [2] Las organizaciones de comunicación le sirven a esa realidad tratando de adaptarse a ella (los que estuvimos en el desayuno representamos a esas empresas). En otra esfera están [3] los comunicólogos, jóvenes recién egresados que viven en otra época, tienen otras prioridades e intereses y a quienes las empresas y sus representantes quisieran ver como los comunicadores de antaño. A estos tres actores le sumamos [4] la universidad, envuelta en sus propias grillas y desvinculada de la realidad, de las empresas y hasta de los egresados. ¿Qué podría salir mal?
Como, a pesar de los pesares, vivimos en un mundo en donde la realidad impone sus condiciones, cualquier cambio debe darse en los otros actores: si las empresas no se adaptan a la realidad, quiebran; si los muchachos no se adaptan a esas empresas y esa realidad, fracasan como comunicólogos; si la universidad no encuentra cómo vincularse con todos ellos, se volverá cada vez más irrelevante y obsoleta.
¿Qué se puede hacer con el currículo, entonces? La realidad nos arrastra a todos a mil por hora, pero las universidades cambian casi tan poco como la Iglesia, por su naturaleza. Se apuntó, correctamente, que la salida está en la especialización y la práctica. Cabría explorar currículos que tengan un par de años de formación común y luego apunten a disciplinas específicas, concretas, pero con espíritu práctico. Y no debería permitirse dar clases a nadie que no tenga un trabajo en la vida real, en el ámbito de competencia. ¿Voy bien o me regreso?