La primera vez que entré en las oficinas de El Diario de Monterrey fue en el otoño de 1994, hace más de un cuarto de siglo. En aquel entonces era un interior oscuro, con mamparas de tela verde, y como eran otros tiempos y era común en las redacciones, se fumaba mucho, así que el lugar tenía, digamos, un aroma intenso. ¡Me tocó celebrar sus jóvenes 20 años!
Era un periódico pequeño y peleonero, de alcance regional, que se imprimía en formato estándar (broadsheet) y se elaboraba a la antigua, en un ambiente de mesas de luz, cámaras verticales y separaciones de color manuales; el archivo fotográfico era un cuartito con sobres llenos de negativos y transparencias.
Todavía estaba don Francisco al frente del periódico, y alcancé a conocer a su padre, don Jesús. Sus hijos era unos jovencísimos estudiantes. Las jornadas eran largas, pero la intensidad era fuerte, vital. No había más que de una sopa: trabajar y trabajar duro, para compensar las insuficiencias y las desventajas. Creo que nunca fui tan feliz como entonces.
¿Qué ha pasado en un cuarto de siglo? ¡Casi todo! El periódico cambió al formato de tabloide europeo, nacieron la revista MILENIO Semanal y luego el periódico MILENIO Diario. Gradualmente el equipo se fue modernizando: escáneres, cámaras digitales, computadoras. La redacción se convirtió en un espacio libre de humo y las viejas mamparas fueron derribadas. Se digitalizó todo el proceso y se adquirieron nuevas prensas. La familia creció: hubo periódicos de casa en otras ciudades, Milenio Televisión enseñó a México en periodismo casi en tiempo real y los portales del grupo crecieron y se modernizaron. Don Francisco dejó de operar directamente el diario para supervisar sus negocios, y llegó la hora para Francisco hijo y Jesús y Valeria. Una nueva generación tomó la batuta y se propuso metas ambiciosas.
Esto que platico no me lo contaron. Lo viví, y he tenido el privilegio de que se me permitiera ser parte del cambio. He visto varios cambios de formato, de tecnología, de personal, y me siento agradecido y honrado de haber hecho mi pequeña parte por salir adelante.
También me consta que en todos estos cambios, entre tantas reformas y novedades, algo se ha mantenido vivo: el imperativo de hacer lo que se tenga que hacer por llevar a los lectores no la nota cómoda ni el boletín ramplón, sino contenido de valor que ayude a construir ciudadanía y a forjar opinión. El México de estos tiempos exige compromiso personal, participación, y eso solo se puede dar con el respaldo de un sistema informativo talentoso y vigoroso. Me enorgullece ser parte de él.