Política

El insulto y la debilidad masculina

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  • Héctor Zamarrón

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Estamos llenos de masculinidades frágiles, de hombres que son incapaces de ejercer el autocontrol ante mujeres inteligentes y responden llenándolas de insultos, sea en las redes sociales o incluso en la misma Cámara de Diputados, hombres que usan el recurso fácil de la agresión ante la dificultad de argumentar y convencer.

Un insulto a la esposa del Presidente, leído por el propio López Obrador en la mañanera en un acto insólito, desató una vieja polémica sobre los límites de la crítica y las redes sociales, donde los discursos de odio se anidan con algoritmos que los potencian.

Desplazadas, invisibilizadas y marginadas durante siglos, cuando alguna mujer sobresale de inmediato despierta reacciones airadas entre los hombres débiles. Nada amenaza más a un hombre frágil que una mujer que compite en su terreno, en la vida pública.

Para muchos vergonzantes congéneres, las mujeres solo consiguen avanzar en su trabajo o profesión si acceden al abuso, si se prostituyen para tener éxito en un mundo dominado y construido por los hombres.

Si quienes denuestan a las mujeres y las llaman putas conocieran tan solo un poco la dialéctica sabrían que éstas solo existen gracias a los propios hombres. Uno define a la otra, sin el uno no existe la otra, pero aún no existe insulto para nombrar al que paga.

Así ha sido en la historia, el reproche, la cólera, el desprecio que despiertan mujeres como las Juanas (de Arco e Inés) llega incluso a costarles la vida.

No importa si es Beatriz o Margarita, Claudia o Lilly, Adriana o Lydia, Dana o Laura, Martha o Ruth, Alma Delia o Helena, no hay mujer relevante en la sociedad que no despierte recelos, odios, insultos, la mayoría provenientes de quienes más se sienten amenazados: los propios hombres.

¡Basta hombres de atacar a mujeres visibles por el solo hecho de serlo! Dejen de ser incapaces de concebir que una mujer pueda brillar sin ser condescendiente. Ellas están reescribiendo la historia, porque hasta ahora, como dice Simone de Beauvoir: “La representación del mundo, como el mundo mismo, es el trabajo de los hombres; ellos lo describen desde su propio punto de vista, que confunden con la verdad absoluta”.

Que López Obrador haya roto la sacralidad de la figura presidencial y exhibido un tuit en el que se ofende lo mismo a él que a su esposa mostró cuán ruines pueden llegar a ser las personas que atacan en las redes sociales sin argumentos.

Quizá porque sienten amenazados sus privilegios brinquen de esa manera o porque otras figuras públicas así se conducen. Basta recordar que un legislador en activo, Gerardo Fernández Noroña, ha sido prolijo en esas actitudes, como cuando acusó a la entonces presidenta de la Cámara de Diputados, la diputada Ruth Zavaleta, de “haber aflojado el cuerpo” por reconocer a Felipe Calderón. O cuando más tarde tuvo que retractarse por atacar a Adriana Dávila, quien lo denunció por violencia política de género, por vincularla a la trata de personas.

Estamos llenos de hombres débiles que se escudan en el machismo para insultar y agredir a las mujeres.

Héctor Zamarrón

hector.zamarron@milenio.com

@hzamarron


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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