Guerra comercial, nuevos aranceles, pandemia, confinamientos, recesiones, recuperaciones, guerra e inflación. En los últimos años la noticia y la urgencia se han fusionando en economía: con la lectura de los titulares de los informativos, con un acercamiento a los hechos económicos más novedosos se tienen dos percepciones que pueden ser contradictorias: la primera es que siempre hay algo urgente, preocupante y acuciante que hay que resolver para que todo lo demás pueda funcionar con normalidad. Ahora ese algo es la inflación. Lo segundo es que adentrarnos en las novedades se parece a un dejavú, a un eterno retorno de viejos problemas que no se resuelven. Ahí están la pobreza, los empleos de baja calidad, la desigualdad, etc.
Cuando la pandemia vino a romper todos los esquemas y obligó a las empresas, los trabajadores y al mercado a reinventarse en forma rápida, se aceleraron muchas de las transiciones en las que ya estábamos inmersos. Por ejemplo, el paso de la economía tradicional hacia la economía del conocimiento, en la que el saber se convierte en el capital más valioso. O el cambio permanente que implica que la tecnología reemplaza mano de obra, con lo cual muchos empleos en los que se realizaban actividades mecánicas han sido cambiados por máquinas o procesos automatizados. Ahí están la Inteligencia Artificial, los robots, los programas con los cuales tienden a desaparecer ocupaciones tradicionales al mismo tiempo que aparecen empleos especializados que requieren nuevas habilidades y nuevos saberes.
Con la pandemia se aceleraron muchos procesos de digitalización de la economía, la educación, la salud y, en general, la vida cotidiana. Mientras por un lado se abrieron oportunidades, nuevos espacios de crecimiento y se cotizaron bien las habilidades digitales, por el otro lado se profundizó la desigualdad debido a que buena parte de la población no tenía -ni tiene- condiciones para ajustarse a los requerimientos de un cambio abrupto No sólo se trata de las personas que se sumaron a la pobreza debido a la crisis pandémica, sino que muchos trabajadores quedaron fuera del mercado y ahora enfrentan problemas para volver: les demandan habilidades que no tienen y que deben aprender con urgencia.
En América Latina -y México no es la excepción- estamos demasiado acostumbrados a las crisis, las urgencias, a vivir apagando incendios, a producir desde la precariedad con el objetivo de superar el momento. Y aunque las urgencias deben ser atendidas como prioridad, esto no implica que la economía deba basarse en lo reactivo antes que en lo planificado, en el fuego antes que en la previsión del incendio, en los parches antes que en las soluciones de fondo.
Más allá de la inflación y de la amenaza latente de las recesiones, hay que mirar las transiciones y las transformaciones con miras al mediano y largo plazo. Es cierto que hoy la urgencia son los precios, pero las transiciones de la economía no se agotan en esto: hay que ir hacia el futuro con mejor educación, con más planificación y con más preparación.
Héctor Farina Ojeda