Cuando se relee la Ética Nicomaquea de Aristóteles vuelve a sorprender la alta consideración y estima que en Grecia se tenía por la política, la ciencia soberana porque se ocupaba del bien soberano: el bien común.
Entre las formas de gobierno concebidas en el orbe helénico, la aristocracia tenía primacía, los hombres más aptos que por sus capacidades tenían resuelta sus necesidades fundamentales y estaban más allá de coerciones materiales, pudiendo dedicarse a innovar y ver por el bien de la polis, modificar la sociedad para propiciar la justicia y la felicidad. Muchos de los cargos públicos eran honorarios (como todavía hasta la década de los 60 del siglo XX, en el parlamento británico). Aristóteles decía que solo eran auténticamente libres los poetas, los políticos y los filósofos, que podían dedicar su tiempo a cultivar sus ciencias y alcanzar los bienes de la belleza, la polis y la verdad.
“Desde el momento que la política se sirve de las demás ciencias prácticas y legisla sobre lo que debe hacerse y lo que debe evitarse, el fin que le es propio abraza los de todas las otras ciencias, al punto de ser por excelencia el bien humano” decía el gran estagirita. Contrasta esa noción con muchos de los perfiles de personas que se dicen políticos que no buscan ni lo bello ni lo armónico. La ciencia de la política, decía Aristóteles, no puede ser provechosa a quien es “secuaz de sus pasiones”; y sin embargo, el discurso político actual polariza y destruye instituciones y no contribuye ni a la armonía ni a la justicia en nuestras comunidades.
Las ciudadanas y los ciudadanos políticamente organizados deberíamos retomar una de las grandes conquistas que Grecia logró para occidente y para siempre: la democracia, el derecho de oponer una verdad sin poder al poder sin verdad (Foucault dixit). Para ello se puede recurrir a tres instrumentos: el análisis científico, racional, de la cosa pública y sus principales desafíos (gobernanza se diría actualmente). En segundo término, debemos usar esa bella creación griega: la retórica, pero en su sentido democrático original; no la asociación contempóranea con palabras huecas y engañosas; sino a través del diálogo con evidencia, diálogo respetuoso, diálogo que convence y persuade, accesible, coloquial, como dijera Alfonso Reyes, la retórica griega era “silogismo a mitad de la calle”.
Un tercer instrumento: el escucharnos, el atender los relatos de la necesidad, de las propuestas del sentir ciudadano (las audiencias públicas han caído en desuso), indagar la opinión ciudadana. Una sociedad más empática y solidaria.
No en vano el Estado griego adoptó la educación como su más alto ideal, porque construyendo capacidades analíticas y de expresión, se construye ciudadanía, tolerancia, ética pública. Una clase política con clase que construya consensos y vea por el bienestar de la polis y no solo de facciones, y que construya un Estado educador, libertario y democrático, debe ser la demanda ciudadana prioritaria. La paz y el crecimieto con desarrollo y equidad se darían por añadidura.
Guillermo Zepeda, política
El Colegio de Jalisco