Por si faltara añadir estupor social ante revelaciones y sucesos que provoca casi a diario la 4T (la intrigante cena de Televisa y AMLO con el yerno de Trump, su retobo al abucheo en un estadio, la tensión con la CNTE, el reclamo a la Corona española), en un ámbito político muy distinto al de hace 25 años, pero igualmente bullente, irrumpe en la opinión pública la efeméride del crimen del candidato presidencial del PRI en 1994, Luis Donaldo Colosio, revisitado ahora por muchos desde una perspectiva polémica: “crimen de Estado”.
Ha lugar para reexaminarlo así como parte de un pasado neoliberal, cuya entronización en México puede decirse que galvanizó ahí su trayectoria venida desde atrás con el gobierno tecnocrático de De la Madrid. Ese homicidio (junto con el de Ruiz Massieu días después) definió todo lo que ocurrió en México los siguientes cuatro sexenios.
Colosio, un candidato gradualmente insumiso a Salinas, en repudio creciente a la descomposición moral del salinismo y a sus estragos en la gente, fue obligado a guardar las formas hasta que su discurso las subvirtió, y en ese lance fue asesinado. El crimen concitó proyectos opuestos de país, fuerzas políticas y ambiciones desatadas, entre ellas la intentona de Echeverría para imponer su propio candidato. Así, en el mensaje de Colosio en el Monumento a la Revolución léanse las líneas de un proyecto político ya muy distante al de Salinas (“Veo un México con hambre y sed de justicia… un México agraviado… hombres y mujeres afligidos por los abusos de las autoridades…”).
Mario Aburto, el presunto asesino confeso, es en estas circunstancias un chivo expiatorio, un maniquí trágico con una historia pueril inventada en un cuadernillo que hicieron pasar como suyo (Caballero Águila), pero escrito por alguien más. El presunto asesino confeso no tenía motivo ni para asesinar a Colosio, ni para echarse a cuestas la vida entera en prisión. Ni siquiera era un matón a sueldo. Pregunta pertinente: ¿Se inculpó porque le pesaron más las amenazas de violar y matar a su madre y hermana?
Aún para la comentocracia que se ríe de la hipótesis del complot, hay preguntas irrefutables: ¿Qué hizo Manlio Fabio Beltrones, a la sazón gobernador de Sonora secuestrando al homicida durante varias horas? ¿Por qué mataron a uno de los varios “Aburtos” que esa noche desfilaron en diferentes barandillas?
¿Qué descubrió el comandante Benítez de la policía de Tijuana al que también asesinaron? ¿Por qué se relevó al EMP encargado del cuidar a Colosio antes de arribar a Tijuana? ¿Por qué Zedillo ya no asistió al mitin de Lomas Taurinas siendo como era coordinador de campaña? ¿Qué papel jugó el procurador Diego Valadez, al dictaminar –aun antes de que hubiera siquiera una sola diligencia ministerial– que todo había sido obra de “un asesino solitario”? ¿Dónde están hoy Córdoba Montoya y Justo Ceja, secretarios de Salinas y desaparecidos desde entonces? ¿Por qué el general Domiro García veía una trampa en la orografía del terreno donde se llevaría a cabo el mitin fatal? ¿Qué sabía Camacho Solís al decir que sí quería ser el candidato, pero “no a cualquier precio”?
Las dos películas hechas desde entonces plasman el ambiente enrarecido y siniestro, que había creado Salinas en torno a su candidato, posiblemente porque debió llegar a pensar que Colosio ya no le garantizaba una sucesión favorable a su proyecto e intereses. En las sombras del despacho presidencial medraban otros personajes siniestros, conocidos como “los doctores” (Aspe, Zedillo y el perverso Córdoba Montoya), Clara Jusidman una reputada ex funcionaria pública los recuerda “capaces de cosas terribles”.
Después de 25 años emerge la necesidad de llamarlos a cuentas, de examinarlos más a detalle, cosa que nadie ha hecho. No se interrogaron testigos. Córdoba Montoya y Justo Ceja, secretarios ambos de Salinas, están desaparecidos desde entonces. Y meses después matarían a otro, a Ruiz Massieu, que estaba a punto de presidir al PRI con ideas para recuperar la justicia y el bienestar social pregonado por el partido.
Muchos factores contribuyeron a un enloquecido entorno: el levantamiento del Ejército Zapatista, un precandidato indisciplinado (Camacho Solís) haciendo campaña abierta para sí mismo como suplente de Colosio, cuyas repercusiones no podían ser ajenas ni indeseables a Salinas. Más aún, ese ambiente adverso a Colosio, en lo mediático y en lo político fue propiciado por Salinas.
En este contexto histórico cobran otras luces y sombras los actores y los protagonistas de aquellas horas. Acaba de publicarse un testimonio de Norma Meraz, la confidente de la viuda de Colosio, quien recuerda el encéfalo extirpado y luego extraviado del cadáver del candidato. Aparecería dos años después llevado en una urna por el secretario de Salud de Sonora, Ernesto Rivera, oriundo de Magdalena, quien la depositó en el féretro de Luis Donaldo momentos antes de ser guardado en su mausoleo.
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