Uno de los entretelones enigmáticos de la saga del covid-19 en México cuestiona: ¿Cuánto sabía el Presidente de México respecto de la pandemia que ya tocaba a las puertas del país, mientras recomendaba seguir abrazando y besando a los seres queridos, llevándolos a comer fuera de casa sin preocuparse “de lo que sería como una gripe”?
Igual que otros países como Suecia, ¿podía México haber evitado quebrar su economía? ¿No dar crédito alarmista al cuento chino (incinerar de inmediato y sin autopsia los cadáveres) y al desacertado paradigma de la desprestigiada OMS para su tratamiento? ¿O se creyó la Presidencia lo que China y la OMS publicaban de la morfología y alcances del entonces coronavirus? El ánimo no es arqueológico. Se precisa sacar de la opacidad las decisiones de aquellos días.
¿Sabía AMLO lo que se venía encima, fijó ruta, minimizó el escenario y luego, contracorriente giró 180 grados por “presiones”? ¿O fue desinformado por sus servicios de inteligencia? No se sabe qué tan sofisticada sea su operación en la 4T más allá de algún espionaje político y de observar al crimen organizado. Al menos se presume que las fuerzas armadas prosiguen alguna agenda de riesgos pero no si el Presidente la hace propia. Por su voz, éste asegura que “está informado de todo”. Por tanto, que el Presidente estuviese al tanto de las amenazas a la seguridad nacional en salud pública debió ser nodal en la contingencia sanitaria.
Entonces ¿incurrió AMLO en un exceso de confianza a la ligera? ¿O algo más pasó? Corren versiones de que el cambio en las reticencias de López Obrador al cierre económico del país y a adoptar las “recomendaciones” al confinamiento social de millones de personas (de las que ahora nadie se hace responsable empezando por la OMS), pudieron deberse a algo más venido del exterior. Apenas pudo mantener un confinamiento que fuese voluntario sin toque de queda.
Se sabe por el diputado Noroña que AMLO, en efecto, se resistía a la adopción de medidas draconianas y que consideraba alternativas a las consecuencias de confinar y cerrar a un país como México y a no tomar la ruta que él favorecía: el camino que tomó Suecia.
Frente a un enemigo considerado menos letal de lo pronosticado, aquellas horas muestran a un Presidente mexicano que mal comunicaba lo que, sin embargo, era una percepción arraigada en él: se trataba de una amenaza inflada. ¿Fue su cambio de parecer producto de un cabildeo para ablandar a AMLO, la discreta misión que George Soros vino a cumplir a México como heraldo maldito de los ahora conocidos designios eugenésicos de barones del poder a escala planetaria y del dinero en grandes magnitudes como él mismo (Black Rock) y Bill y Melinda Gates? Algunos piensan que sí. Que en esa reunión hubo un forcejeo por la soberanía de México en salud pública.
Lo que haya sido, algo hizo titubear a AMLO, cambió de opinión y cedió en adelante, con gravísima responsabilidad para la historia, la conducción de la política en Salud en relación al covid-19. Conducción que ni siquiera delegó en su muy eminente secretario de Salud, Alcocer Varela (que desde entonces desapareció de los reflectores públicos bajo los cuales de por sí casi nunca había estado), sino que confió todo a un pro OMS y subsecretario tecnócrata, López-Gatell. Éste había sido discípulo del Premio Nacional, secretario Alcocer Varela, pero nunca y ni por asomo, académicamente superior a él. En adelante Pérez-Gatell adquiriría notoriedad. Tendría espacio vespertino propio en las transmisiones de Palacio Nacional e incluso por momentos cobraría mayor relevancia política que el propio AMLO. Mediáticamente se volvió el rock star de la crisis sanitaria en el país. Se dilapidaron recursos en respiradores a la postre de dudosa eficacia. Conacyt anunció compras de ellos que nunca llegaron.
La ortodoxia de la OMS ganó un sordo forcejeo. AMLO se allanó a los “técnicos y a los científicos”; una facción pequeña de la alta burocracia en salud, en cuyas manos delegó los procedimientos y las determinaciones de su gabinete de salud pública e incluso él mismo se hizo a un lado.
Hoy que muchos médicos reconocen que la enfermedad se presenta con un cuadro gripal de origen viral, que en su etapa temprana es tratable con antigripales, antipiréticos, antinflamatorios, antibióticos y nunca con intubaciones mortales, cabe preguntarse: ¿por qué AMLO persiste en avalar la compra tardía de respiradores que en la práctica sirven de sarcófagos aireados a miles de pacientes mal diagnosticados y en consecuencia víctimas de terapias contraindicadas?
Si AMLO fue presionado para tomar el curso que siguió, paga el país una factura onerosísima en términos económicos y de vidas humanas. Esta columna no se une al pandemónium que desatan las cifras manoseadas al escándalo con parámetros de por sí ya perdidos. Pero si eleva una pregunta más pertinente: ¿de qué está muriendo tanto mexicano incinerado sin autopsia y qué tratamiento está fallando?
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