Gil cerraba la semana en condiciones deplorables. Ciertamente, Gamés no leerá el más reciente libro de un autor por el que se salta todas las trancas, un escritor que admira desde hace muchos libros: El loco de Dios en el fin del mundo. Pero no se resignó, una palabra muy del santo pontífice, y buscó No callar. Crónicas, ensayos y artículos 2000-2022, (Tusquets, 2024). Sí, Javier Cercas. Va en esta página del fondo un puñado de ideas de este escritor tremendo.
“En 1991, Saul Bellow, que fue el último escritor serio que escribió la palabra ‘alma’ sin que se le escapara la risa, declaró lo siguiente: ‘En mi juventud, la literatura formaba parte integrante de la vida; se absorbía, se asimilaba en el organismo. Con la literatura daba uno forma a su vida, era algo que se ingería, que pasaba a ser parte de la propia sustancia, que constituía la senda de la liberación y la libertad plena’. Luego Bellow concluía: ‘Creo que el ambiente de entusiasmo y amor por la literatura, ampliamente extendido en los años veinte, empezó a desaparecer en el decenio de los treinta’.
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“…así como existe en la literatura de nuestra lengua un antes y un después de Garcilaso y de Rubén, porque fue imposible escribir en castellano después de ellos igual que antes de ellos, existe en nuestra literatura un antes y un después de Borges, porque, a menos que se quiera incurrir en la irrelevancia, es imposible escribir después de Borges como se escribía antes de Borges. Hay algo, sin embargo, que aleja a Borges de Garcilaso y Rubén y que vuelve a acercarlo a Cervantes, y es que su influencia no ha quedado circunscrita al ámbito de nuestra lengua, sino que permea el de la entera literatura occidental con una diferencia: Cervantes tardó siglo y medio en ser entendido con plenitud fuera de su lengua —dentro de su lengua apenas ha empezado a serlo hace un siglo—, mientras que la obra de muchos narradores fundamentales de nuestro tiempo no se entiende sin la obra de Borges. Por decirlo de una sola vez; si existe eso que suele llamarse posmodernidad —entendida como una reacción modernísima contra la modernidad—, Borges es su fundador”.
“Tema del traidor y del héroe” no se publicó en la primera parte de Ficciones, sino en la segunda, titulada Artificios, y es uno de los relatos más logrados de Borges, aparte de un relato característico del Borges más conocido e influyente (y, hechas las sumas y las restas, quizá el mejor). En apariencia no se trata de un relato sino de la síntesis de un relato: Borges no cuenta en él una historia; la resume, reduciéndola a su escueto argumento.
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Una de las torturas más refinadas a las que debe someterse un escritor consiste en buscar títulos atinados para sus libros. Umberto Eco asegura que el mejor título de la literatura universal es Los tres mosqueteros, porque los mosqueteros celebérrimos de Dumas no son tres sino cuatro. Es verdad: a menudo, cuanto más desorientador o más ambiguo, cuanta menos relación directa guarde con el contenido real del libro, mejor es el título.
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Marcel Proust puso el título insufrible de En busca del tiempo perdido a uno de los libros más inteligentes que se han escrito nunca, si bien, antes de publicarse por entero, ese mismo libro llevó un título distinto, aunque mucho mejor: Las intermitencias del corazón. El caso no es infrecuente: muchos libros llevaron, antes de publicarse, títulos diferentes del definitivo. ¿Ejemplos? limitémonos al castellano; limitémonos a los años sesenta, que fueron una década prodigiosa de la novela en castellano: La ciudad y los perros, de Vargas Llosa, se titulaba originalmente La morada del héroe; Rayuela, de Julio Cortázar, El mandala; Tres tristes tigres, de Cabrera Infante, Vista del amanecer en el trópico, y durante muchos años Cien años de soledad se tituló La casa. No hay discusión, me parece: en esas cuatro obras maestras, los títulos definitivos son superiores a los originales; pero esto no siempre está tan claro: Si te dicen que caí, de Marsé, se tituló originalmente Adiós, muchachos, y La verdad sobre el caso Savolta, de Mendoza, Los soldados de Cataluña, títulos ambos que acaso no son inferiores al definitivo.
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Como todos los viernes, Gil toma la copa con amigos verdaderos. Mientras se acerca el mesero con la charola que soporta el Grey Goose, materia prima de los Gansos Salvajes, Gamés: pondrá a circular en la mesa las palabras de Calderón de la Barca por el mantel tan blanco: “Desmintiendo a quien murmura que se embotan los aceros en el corte de las plumas”.
Gil s’en va