A la distancia las guerras siempre parecen absurdas, algunas más que otras. Es difícil entender lo que vemos en los medios de comunicación o redes sociales. Mucho más con la inmediatez con la que nos llega la información. Poblaciones desplazadas, civiles afectados en ataques que van más allá de objetivos militares, uso de tecnologías (como drones) para causar aún más daño entre la población. Difícil de observar, difícil de atestiguar, y cada vez más difícil de leer con las crónicas a las que tenemos acceso.
En 1977 Michael Waltzer publicó el libro Just and Unjust Wars. El libro del académico de Harvard, filósofo político, analizaba la guerra de Vietnam hace casi 50 años, pero sus argumentos tenían la intención de ser generales y de aplicar a todo conflicto. Waltzer argumentaba que aún en la guerra no todas las acciones son legítimas o justificables. Consideraba que toda guerra se debía atener a restricciones, consideraciones y reglas. Al parecer, este conflicto y otros con los que convivimos hoy día no parecen tenerlas.
Tal vez una forma de entender esta guerra o invasión, o porque las negociaciones son tan difíciles, podría entenderse desde el análisis de opinión pública. Finalmente es en la opinión pública en la que se reflejan los intereses, preferencias o niveles de tolerancia de los ciudadanos a las acciones de sus gobiernos. Y para este caso en particular las opiniones de sus aliados o las fuerzas que los apoyan o eventualmente podrían enfrentar.
En Rusia, las encuestas del Centro Levada y del Chicago Council muestran que la mayor parte de la población mantiene una visión que coincide con el discurso del Kremlin. Tres de cada cuatro rusos esperan que el país obtenga una victoria militar, aunque el entusiasmo se ha reducido conforme el conflicto se prolonga.

Como siempre las encuestas muestran las contradicciones de la opinión pública: mientras aumenta la proporción de quienes prefieren una salida negociada, pocos están dispuestos a aceptar concesiones territoriales. En Rusia se observa un contraste generacional: los adultos mayores tienden a respaldar el discurso oficial, mientras que los jóvenes urbanos, con acceso a redes sociales y medios alternativos, muestran menos apoyo. Además de que es muy probable que los jóvenes se hayan visto afectados por el reclutamiento militar.
En Ucrania, la resistencia a la invasión es clara. Estudios del Instituto Internacional Republicano y del Centro Razumkov muestran que entre el 80% y el 90% de la población rechaza ceder territorios. El deseo de recuperar la integridad territorial es evidente. Las mediciones revelan un notable optimismo: una mayoría cree que Ucrania puede derrotar a Rusia. Sin embargo, ha aumentado el número de ucranianos que consideran la posibilidad de negociaciones. A pesar de la fatiga social, parece que el sacrificio se justifica si la alternativa es una paz que legitime la ocupación.
En Europa, la opinión pública se ha consolidado en torno a la condena de la invasión rusa y al apoyo a Ucrania, aunque existen matices importantes según la región. Eurobarómetro y otros estudios de opinión muestran que más del 70% de los europeos aprueban las sanciones contra Rusia y respaldan la ayuda humanitaria. Los países del este de Europa, como Polonia y los bálticos, muestran niveles muy altos de apoyo militar a Ucrania, motivados por la cercanía geográfica y la percepción de una amenaza directa.
Por otra parte, encuestas realizadas en 2024 y 2025 reflejan la creciente “fatiga de guerra” en Europa Occidental. La inflación, la crisis energética y el costo de las sanciones han generado debates sobre la sostenibilidad del apoyo militar y financiero a largo plazo. Aunque la mayoría de los europeos considera que Ucrania merece ayuda, hay divisiones sobre si debe priorizarse un apoyo ilimitado hasta la victoria o impulsar negociaciones que reduzcan el impacto económico en los propios ciudadanos.

Asimismo, los europeos se muestran pesimistas respecto al desenlace. Una minoría cree que Ucrania logrará una victoria militar total, y más bien prevalece la percepción de que el conflicto derivará en un estancamiento o en un acuerdo negociado que deje concesiones en el camino. Esta visión se refuerza por la duración del conflicto y la dificultad de prever un desenlace claro.
En Estados Unidos, la opinión pública está marcada por fuertes divisiones partidistas. Encuestas de Pew Research revelan que la mayoría de los demócratas apoya de forma consistente la asistencia militar y económica a Ucrania, considerándola esencial para la defensa del orden internacional. En contraste, una proporción importante de republicanos expresa escepticismo y aboga por reducir o limitar ese apoyo. La polarización se refleja también en el Congreso.
Cerca del 70% considera que lo que ocurra en Ucrania impacta en la seguridad de Estados Unidos y en la estabilidad global. No obstante, el respaldo a un apoyo “ilimitado” ha disminuido, y cada vez más ciudadanos expresan preocupación por los costos domésticos de prolongar el conflicto. Por otro lado, el apoyo a los refugiados ucranianos y a la ayuda humanitaria goza de un consenso más amplio, mostrando que la empatía hacia las víctimas se mantiene firme incluso en medio de divisiones sobre la estrategia militar.
Comparar las encuestas de estas cuatro regiones permite identificar tendencias globales. En primer lugar, la fatiga de guerra es un fenómeno transversal: tanto en Rusia, Ucrania, Europa y Estados Unidos, la duración del conflicto genera cansancio y demandas crecientes de soluciones. Sin embargo, lo que varía son las condiciones de paz aceptables: en Ucrania, no se aceptan concesiones; en Rusia, se desea negociar, pero sin devolver territorios; en Europa y Estados Unidos, se privilegia el apoyo, pero con límites.

Todas las mediciones reflejan un descenso en el optimismo sobre un desenlace rápido. La mayoría de ciudadanos en Europa y Estados Unidos cree que la guerra será prolongada, y los rusos, aunque esperan la victoria, también reconocen que no será inmediata. En Ucrania, el optimismo se mantiene más alto, pero la sociedad admite el enorme costo humano y económico de sostener el esfuerzo bélico.
Finalmente, el conflicto ha transformado las identidades y percepciones nacionales. En Ucrania, ha fortalecido el sentido de unidad nacional; en Rusia, ha reforzado un nacionalismo defensivo frente a Occidente; en Europa, ha impulsado debates sobre seguridad energética y autonomía estratégica; y en Estados Unidos, ha exacerbado divisiones partidistas. Estas dinámicas internas hacen que la guerra sea no solo un enfrentamiento militar, sino también una lucha por narrativas y legitimidad política.
En conclusión, la opinión pública internacional sobre el conflicto Rusia-Ucrania combina resistencia, escepticismo, apoyo condicionado y fatiga. Cada región interpreta la guerra a través de sus propias experiencias y prioridades, lo que hace más difícil alcanzar consensos sobre cómo poner fin a la violencia. Las encuestas reflejan que la paz es un anhelo compartido, pero con visiones incompatibles sobre los sacrificios que implica.