La semana pasada anunció el Conacyt una reforma del sistema nacional de posgrado para "transitar hacia un modelo de formación e investigación… acorde con la transformación que vive el país". El propósito es por lo menos confuso, porque no está nada claro qué estructuras son las que se están transformando ni en qué sentido, ni mucho menos por qué eso tendría que afectar a la educación superior.
A decir verdad, parece algo más modesto, hay que entender que transformación no significa realmente transformación ni hay nada estructural —se dice porque queda bonito, nada más. Dos párrafos más abajo se aclara que el nuevo "paradigma" consiste en adaptarse a la "Cuarta Transformación". Es extraño ver la expresión en un documento oficial, porque es un eslogan partidista perfectamente vacío, derivado de una interpretación infantil de la historia, que sirve para cualquier cosa porque no dice nada —salvo una atendible fascinación por la idea del cambio que es un sucedáneo mediocre del cambio. Lo que dice el Conacyt es que la educación superior estará supeditada a las decisiones del gobierno: como transformación, no es de las que hacen época, pero dicho explícitamente por los responsables de la educación superior es algo vergonzoso. Dicho sin adornos, la educación de posgrado estará para servir al gobierno.
En concreto, esa servidumbre se traduce en que se exija a los programas de posgrado "mayor pertinencia social", "mayor incidencia social", y alternativamente, que se vinculen "con las prioridades … que necesita el país", o que "aporten soluciones a las problemáticas del país". Exigir que el conocimiento "se vincule" con otra cosa, imponerle un propósito concreto, cualquiera que sea, es hacerlo imposible. Mucho más si ese propósito depende de las necesidades del gobierno de turno (alguien recordará que la obra de Marx no hubiera tenido "pertinencia social" a juicio del gobierno inglés, por ejemplo, y que no han sido pocos los científicos perseguidos por "impertinentes").
A la hora de hacer caja, sale la bandera: "el objetivo ulterior es lograr la soberanía científica y tecnológica de México". No podría haberlo dicho mejor el más cerril de los inquisidores. Al leer la frase uno cae en la cuenta de que en todo el documento no hay una sola mención al mundo ni a la comunidad académica internacional: algo aparecerá si acaso en un reglamento, pero en su anuncio, el Conacyt puede explicar el sistema de posgrado del país sin mencionar siquiera al resto del mundo. Es imposible darle un significado razonable a la frase, la idea misma de una "soberanía científica" es grotesca, pero eso no significa que vaya a dejar de intentarse. Y habría que pedir que se explicara muy por lo menudo qué se piensa hacer con esa intención. Soberanía es una palabra que inexplicablemente suena bien, y hasta entusiasma. Los militantes del movimiento de regeneración la usan a veces cuando en realidad quieren decir autarquía. Así en este caso. El problema es que con dos grados menos de efervescencia retórica sería evidente que es un disparate: por eso los documentos tienen que sonar como discursos de campaña.
Fernando Escalante Gonzalbo