A ustedes no les pasa que se sienten como si estuviéramos de regreso en la época del mayor esplendor del priismo nacional. A lo mejor nunca hemos salido de esos tiempos.
Me refiero a la era dorada, estelar, pomposa del PRI. De aquellos días del dador y señor de la palabra y las huestes que lo alababan y se reproducían. Sí, de ese PRI vetusto en sus formas y dichos. Ese PRI rancio y, por lo tanto, el más auténtico y original de siempre. Aquel priismo, por ejemplo, del ex presidente Miguel Alemán Velasco con su “no siembro para mí, siembro para México”. O el de Gustavo Díaz Ordaz: “Mi fuerza moral está en el cumplimiento de mis deberes”. O del Carlos Salinas de Gortari con su sinceridad de virtudes: “no soy implacable, soy perseverante”… Hay tantos botones de muestras como la reproducción de yo y más yo de nuestros próceres políticos.
Esto me vino a cuento. O, mejor dicho, esto lo percibi justo en el “destape” (otro ritus priista) de Alfonso Durazo como candidato al gobierno de Sonora y su aviso de salida del gabinete presidencial. Todo en la conferencia mañanera del 21 de octubre teniendo a nuestro Presidente en medio de todos, como un dios.
Fue el mismo AMLO quien marcó el tono para despedir a su secretario de la Seguridad y Protección Ciudadana: “Yo estoy muy, muy agradecido con Alfonso por su apoyo”. Al que le sumó variados calificativos de suyo apreciadísimos en esta hora de histórica transformación patria: “Ha hecho un buen trabajo”. “Extraordinario servidor público”. “Gente recta”. “Honesto”. Un Alfonso estremecido le respondió: “Estas palabras del señor Presidente son una expresión más de su generosidad. Lo valoro muchísimo…”.
Seguro que ustedes, como yo, saben de lo bien que caen los mensajes cuando se dirigen a uno de esa forma tan propia de cariños y abrazos. Porque habremos no hecho nada en la vida pública, pero qué bien vienen que hablen de uno así, tan sueltos de argumentos como amarrados a los afectos.
Y es que son de una maña tan legendaria como el priismo mismo. Me dirán si no. Cuando se trata de alabanzas propias no hay vituperio posible. Todo es aplausos, agradecimientos mutuos. Cebollazos, le llaman. Pero cuando se trata de ir deslindándose de acciones que ya se dibujan perniciosas, no hay como el refugio a la lejanía de la tercera persona o al sujeto en su forma abstracta.
Retomemos lo dicho por Alfonso y sigamos las cursivas que se marcan aquí para mayor gozo del desprendimiento de culpas (otro viejo ritus priista): “Lo valoro muchísimo… tanto como la oportunidad histórica que me dio de ser parte de este proyecto y de coadyuvar con los integrantes del gabinete de seguridad a materializar su visión para combatir la inseguridad en el país” (esa, su visión, hoy registra 65 mil 549 víctimas de homicidios dolosos y feminicidios; casi 10 por ciento más de asesinatos que en los dos últimos años del anterior gobierno priista de Enrique Peña Nieto).
Pero don Alfonso dicho lo anterior, y ya suelto de yerros póstumos, se fue a lo suyo y volvió a su yo: “He decidido atender el llamado de la militancia de Sonora para buscar la gubernatura”.
Saben ustedes lo socorridos que han sido estos llamados. Es un lugar tan común los trigales en los campos. Desde los tiempos inmemorables del PRI no ha habido destape alguno que no se responsabilice a la militancia para ir a cumplir con el deber patrio. Y la militancia, claro, desvivida en matracas, porras y vítores.
Así, como rancio priista, se va don Alfonso a hacer campaña a su natal Sonora. Ha de cumplir un ciclo. Su origen fue priista y todo indica que, cual designio de dioses, origen es destino.
@fdelcollado