Me confieso que he leído y meditado —como confío que muchos de sus feligreses— los decálogos y demás preceptos para echarnos andar por el camino de la espiritualidad al que nos ha convidado nuestro Presidente.
Pero dudoso que soy, no termino de cavilar: ¿a quiénes se ha dirigido el gran párroco? ¿Es a uno, a todos u a los otros? Tengo una hipótesis. Se dirige a los millones de guadalupanos y/o adoradores de San Judas Tadeo que pueblan este país. Entre ellos, a los que de alguna forma pertenecen a las estructuras del crimen organizado y que no son pocos: a los sembradores, recolectores, laboratoristas, dealers, traficantes, sicarios, blanqueadores de dinero. A los jóvenes, adultos y mayores igual de creyentes que torturan, secuestran, desaparecen y matan con sus cruces de Cristo colgadas en sus pechos o tatuados en sus cuerpos con la virgencita o la efigie del santo de devoción. ¿Acaso el mismo Ovidio Guzmán no llevaba escapulario el día que lo liberaron?
Igual he cavilado que se dirige a los millares de evangélicos que a plomo de lecturas de Biblia y uno que otro disparo se han impuesto en las comunidades, poblados y hasta en las rancherías más olvidadas de Dios. En los Altos de Chiapas, solo como muestra.
En el noveno precepto del más reciente de sus decálogos podría ser que se dirige al feminicida, homófobo y otras raleas que juzgan, vejan o matan en nombre de sus dioses.
¿Cuáles sus designios? Sigo cavilando que se dirige a los mismos que consumimos, reímos, convidamos y luego nos andamos persignando ante la violencia descarnada de los traficantes. O al círculo vicioso de feligreses del gran tlatoani, adoradores de la silla presidencial y el Dios que la sienta. O a los millares de ciudadanos, de baja estima, que faltos de fe en sí mimos no creen poder guiarse por sí solos, salvo siguiendo la ruta del gran líder.
Se dirige, tengo por comprobar la hipótesis, a todos estos devotos y próximos votos. Pudiera ser que el gran párroco lo hace de forma inconsciente. Desde su “yo espiritual”. Me parece que no. Que bien sabe de los mensajes subliminales que laten en cada una de sus reconvenciones. Como también intuye que las creencias, las doctrinas e ideologías, por fanáticas posibles deberían y podrían convivir aún en un país tan maltrecho en sus derechos y tolerancias como el nuestro, pero eso sí, sometidas a su último arbitraje. Y cavilo: qué temerarios sus designios.
Si ya el gran párroco ha convocado a las mamacitas para reprender a sus vástagos —el poder milagroso de la chancla—, cómo no va a saber los efectos curativos de sus sermones para el mal de los pesares y remedio de las malas conciencias. Vaya que liberan culpas. A veces, toda una vida pecaminosa de funcionario, robando al pueblo, defraudando, expoliando, malversando se pude redimir en escasos minutos. El ritual es conocido: se llama al cura, se confían los pecados, se implora el perdón. Luego la penitencia: dos o tres padres nuestros, otras avemarías, algún salmo en voz alta. Al final la bendición y listo: el cielo está ganado. Acciones tan purificadoras del alma como cuando los cárteles hacen excelsos diezmos para la construcción o remodelación de templos con la garantía de las iglesias de irse en paz a lo suyo y con los suyos pues se han redimido. La memoria de Ramón Godínez Flores, extinto obispo de Aguascalientes, solo como muestra.
Cavilo. El gran párroco está en lo suyo. Reconvirtiendo, propagando sermones que para este 2021 bien valen sus misas.
@fdelcollado