Cultura

El sabor de la vida: gastronomía otoñal

La cocina como espacio vital y actividad elevada a niveles artísticos para irrumpir a través de lo sentidos y generar experiencias transformadoras: desde el proceso mismo, con todas las etapas que inician con la producción y selección de las materias primas, hasta la concreción sintetizada en un conjunto de platillos que, acompañados por las variantes de bebidas, conforman un integrado conjunto de exquisitas sensaciones no solo en los comensales, sino en los creadores de tales obras, testigos de los resultados que generan sus talentos. Además del gusto por compartir con los demás los frutos de la propia sensibilidad, se abre la opción de trabajar en conjunto con los seres queridos, colegas y aprendices.

El cine ha dado cuenta del mundo de la gastronomía desde diversas perspectivas, incorporando los significados tanto personales como culturales que se generan a partir y alrededor de las labores culinarias, integrando rivalidades, amoríos, evocaciones, festejos, rituales, rupturas y reencuentros: ahí están películas como Tampopo (Itami, 1985), El festín de Babette (Axel, 1987), Comer, beber, amar (Lee, 1994), La gran noche (Campbell y Tucci, 1996), Cuestión de buen gusto (Rapp, 2000), Bella Martha (Nettelbeck, 2001), El sabor de la vida (Boulmetis, 2003), Ratatouille (Bird, 2007), Cocina del alma (Akin, 2009), El plato del día (Kaplan, 2009), Amor a la carta (Batra, 2013), Chef a domicilio (Favreau, 2014), Un viaje de diez metros (Hallström, 2014), Una pastelería en Tokio (Kawase, 2015), El cocinero de los últimos deseos (Takita, 2017), Recuerdos, amores y fideos (Khoo, 2018), El menú (Mylod, 2022) y Azúcar y estrellas (Tulard, 2023).

El director franco-vietnamita Tran An Hung ha bordado el asunto culinario de manera tangencial en filmes como El aroma de la papaya verde (1993) y En pleno verano (2000). Basada en la novela de Marcel Rouff, ahora vuelve al drama de época como en Eternidad (2016), su anterior cinta, y se centra por completo en la temática gastronómica vía la exquisita El sabor de la vida (2023), en la que sigue a Dodi, un connotado chef francés de finales del siglo XIX, y a Eugénie, frágil de salud y experta cocinera que trabaja con él, quien además es el amor de su vida: ambos se desempeñan en la cocina con el apoyo de una asistente (Galatea Bellugi) y su joven sobrina (Bonnie Chagneau-Ravoire), de notables dotes para la identificación de ingredientes y potencialmente brillante para estos menesteres.

A partir de unos muy bien cocinados planos secuencia, vemos en primera instancia el proceso de preparación de una comilona con diferentes y abundantes pero armónicos platillos que incluyen carne roja y blanca, vegetales, caldos, sopa de almeja, salsas y tortilla noruega, como si se tratara de una ocasión especial: en realidad es un convivio para un grupo de amigos cercanos que se frecuentan para departir el gusto por los platillos y las bebidas que los envuelven. Además, observamos todos los implementos de la cocina de aquella época y la naturalidad tanto de las materias primas como de los procesos de preparación: todo un deleite visual que se traduce inevitablemente en un saliveo reparador.

Este equilibrio contrasta con la saturación de platos y la mal entendida versatilidad en una invitación que recibe el protagonista, llamado el Napoleón de la cocina, y sus amigos por parte de un príncipe y su chef de cabecera: queda claro que la armonía no es fácil de alcanzar en este complejo arte que tan bien dominan los protagonistas, incluso tomando ideas de gente del pueblo como las varillas clavadas en el suelo para mejorar la calidad de la cosecha. Como una forma de regresar a la esencia culinaria, Dodi planea devolver la invitación a dicho príncipe y preparar un menú en torno al pot-au-feu, platillo clásico de la variada cocina francesa.

La cámara a fuego lento de Jonathan Ricquebourg, cual marco para la captura de escenas que retoman la estética de la pintura de bodegones de la época, se entromete e ilumina las texturas de los alimentos y el proceso mismo, desplazándose con elegancia y sensualidad no solo por la cocina y la mesa puesta, sino también por los pasillos del castillo Bouffant y la habitación de Eugéne, con todo y la transición con alguna escena frutal, en la que surgen los encuentros amorosos de la pareja por fin en planes de casarse, después de muchos años de vivir como un matrimonio compartiendo pasiones y platillos.

La pareja principal es interpretada con la sensibilidad y emoción necesaria por Benoît Magimel y Juliette Binoche, quienes fueron pareja en la vida real y aquí denotan una química fluida y de muy buen gusto, además de mostrar habilidad en estos asuntos gastronómicos, bien asesorados por el chef Pierre Gagnaire, con tres estrellas michelin, responsable de preparar los platillos y que interpreta al cocinero del Príncipe. Y en un acto sublime de amor, preparar meticulosamente una cena exquisita con el símbolo del compromiso insertado entre los sabores del postre.


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Fernando Cuevas
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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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