Si uno voltea a ver hacia América Latina en estos días, puede pensar con facilidad que origen es destino: la historia de la cual provienen los países de habla hispana y Brasil determina el presente en el que viven. Sin embargo, a juzgar por los acontecimientos recientes, en nuestro continente la historia no es lineal, sino circular. Lo único que cambia con el paso del tiempo es que las consecuencias son cada vez peores para la población.
Sin entrar a debates ideológicos estériles, baste con decir que esas consecuencias desastrosas provienen de ambos lados: lo que se conoce como derecha e izquierda ha dañado, cada una a su manera, a un continente que jamás ha conocido medias tintas.
Cuando la izquierda asume el poder, los subsidios y los beneficios llegan directamente a los gobernados que menos tienen. Pero al poco tiempo la economía —pensemos en Argentina— se descarrila. Bajo la presidencia de Cristina Fernández, quien hoy contiende por la Vicepresidencia del país, los índices oficiales reventaron. Los datos simplemente se dejaron de medir. Argentina sigue sin recuperarse de su mandato pero otra vez la votará.
No obstante, cuando la derecha reajusta el bandazo es igual de fuerte. Por eso arden Chile y Ecuador —cuyo presidente ha transitado de un lado del espectro político al otro—: ahí los números importan más que lo social, y por ello vemos recortes brutales e inmediatos sin empatía alguna por los gobernados. Suben las tarifas, se eliminan los programas de asistencia. Se celebra que la economía esté sana, aunque sea a expensas de la población.
Y luego está el vicio compartido por los dos bandos: la eternización en el poder. En Colombia no hay reelección, pero hay uribismo, y el ex presidente Álvaro Uribe influye desmedidamente. En Bolivia, Evo Morales ha torcido y retorcido la ley para reelegirse; hoy habla de un golpe de Estado para distraer de las acusaciones de fraude que penden en su contra. Todo sea por mantener el trono. Y ni hablemos de Venezuela.
En América Latina los partidos tienen identidades claras. Cada uno se asume como lo que cree que es. Pero en realidad solo son estructuras que lo único que hacen es lastimar a los (sus) ciudadanos en nombre de la (su) ideología.
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