Desde hace varios años, parte de la discusión pública en Estados Unidos gira en torno a la discusión misma. Es decir, en qué términos se debe dar: si todas las opiniones son iguales, si todas deben ser escuchadas, y, en dado caso, cómo y dónde hacerlo.
Las redes sociales han sido uno de los centros de la polémica: ¿Es permisible todo discurso en aras de la libertad de expresión? En el caso de Twitter, la respuesta ha sido sí y no. Mientras algunos paladines del fascismo han sido vetados de por vida —en México también—, otros, como el presidente Donald Trump, se mantienen. Twitter dice que Trump constituye interés noticioso, y por eso no lo suspende o siquiera amonesta a pesar del discurso de odio que enarbola.
Otra esfera, más compleja que la anterior, es la universitaria. En Estados Unidos el caso más polémico ha sido quizás el de Milo Yiannopoulos, activista de extrema derecha que no pudo dar una conferencia en el campus de Berkeley de la Universidad de California tras una serie de protestas estudiantiles.
Venga esto a cuento por dos eventos recientes: la revuelta de encapuchados para evitar un seminario dictado por Ricardo Anaya en la UNAM, y las miles de firmas para evitar que Felipe Calderón asistiera a un acto en el Tecnológico de Monterrey. Ningún evento se realizó.
¿Debe de prohibírsele el espacio a quien piensa distinto? ¿Deben las universidades —cuya raíz etimológica significa totalidad— cerrarse a ciertos discursos? Ésta es una discusión que apenas comenzamos a tener en México y en la que vale la pena profundizar. Por ejemplo: Calderón coquetea con un discurso de extrema derecha —llamó “animales venenosos” a supuestos delincuentes—, pero es el ex presidente de este país. ¿Hay interés académico en lo que tenga que decir? A Anaya, por su parte, parece vetársele por no comulgar con la corriente hegemónica actual.
Valdría recordar al filósofo político Norberto Bobbio. Decía Bobbio que el único discurso que no debe permitirse es aquel que atente contra la posibilidad de emitir el discurso mismo. ¿Es entonces censura lo que sucedió con ambos políticos? ¿O el destierro de un discurso que no tiene cabida en nuestro espacio público?
Quedan abiertas las preguntas.
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