La suspensión de las obras del Aeropuerto Internacional de Texcoco supuso la primera gran decisión política del sexenio de Andrés Manuel López Obrador. Tras una consulta patito en octubre de 2018 -antes de iniciar su Gobierno, pero ya ejerciendo el poder- en donde votó menos del 2 por ciento de la lista nominal de electores, el presidente decidió dar un puñetazo en la mesa. Dijo que la obra era un monumento a la corrupción y que el pueblo había decidido un nuevo aeropuerto, pero en Santa Lucía. No obstante, el tiempo nos ha dejado en claro que más que la corrupción, lo que verdaderamente interesaba al presidente era el poder. Mandar un mensaje de autoridad: aquí mando yo. El costo ha sido enorme.
Nos dicen que es una obra “del pueblo”. Esa obra del pueblo que hicieron los militares y que administran los militares. Nos dijo el presidente que serían los ingenieros militares, honestos e impolutos, los que se encargarían de demostrarnos que es posible inversiones públicas sin corrupción. Nos dijeron que sería una obra de primer mundo y que hasta nos ahorraríamos dinero. Nos dijeron que llegar al aeropuerto Felipe Ángeles sería sencillo y que podrían operar coordinadamente los dos aeropuertos de la capital del país. Nos dijeron que Felipe Ángeles resuelve la saturación del Aeropuerto Benito Juárez. Las mentiras han rodeado la cancelación de Texcoco y su sustitución por un Aeropuerto que no está a la altura de una de las economías más importantes del mundo.
De entrada, pregunto: ¿quién ha caído por la corrupción del Aeropuerto de Texcoco? Nadie. No sólo eso, los militares se han apoyado en empresas que fueron tachadas de corruptas. Por ejemplo, Grupo Gilbert, así lo reportó Grupo Reforma: “ganó el contrato para comprar a precio de ganga el acero del fallido aeropuerto de Texcoco, burló una investigación federal y se convirtió en proveedora de la nueva terminal de Santa Lucía”. Y es que no hay ninguna investigación seria que nos diga a los ciudadanos cuál era el nivel de corrupción de Texcoco. Pura denuncia mediática. Nos dijeron: los militares son honestos y saben hacer las cosas bien. Lo que hicieron: un Aeropuerto en tres años con puras adjudicaciones directas, con opacidad, empresas de reciente creación y con domicilios que no cuadran. Es decir, ¿cómo sabemos que no ha habido corrupción? ¿cómo lo sabemos si el Ejército se pasó los concursos por el Arco del Triunfo y no licitó casi nada? Los principales señalamientos a la obra de Texcoco era la opacidad, vicio que no se corrigió en el Felipe Ángeles.
De la misma forma, nos dijeron que la decisión de cancelar Texcoco suponía un paso hacia la separación entre el poder político y económico. ¿De verdad? Ayer en la inauguración estaba el 20% del PIB nacional rindiéndose en elogios hacia el presidente y su obra. La otrora mafia del poder, ahora entregada al Presidente. No sólo eso, la cobertura de las principales televisoras (televisa y TV Azteca) ha sido una oda al proyecto. Hacen recorridos maravillados por lo “rápido que se llega”, “lo accesible que es” y hasta lo “hermosos que son los baños”. No, el presidente no buscaba separar a los poderes. Lo que siempre quiso fue doblegar al poder económico y que se alineara a su proyecto.
La democracia es también la defensa de la verdad. Juzguemos a los gobernantes no por sus palabras, sino por sus hechos. Y el hecho incontrovertible es que el Aeropuerto Felipe Ángeles se hizo en total opacidad. Los hechos también son que no hay nadie pagando por la corrupción de Texcoco y la cuenta de la cancelación ha sido carísima. No sólo el costo directo -más de 300 mil millones de pesos-, sino el indirecto: desconfianza y bajo crecimiento económico. Es indudable -también- que no resolverá el grave problema de saturación de las dos terminales del Benito Juárez. Dijo Claudia Sheinbaum que el Aeropuerto es la esencia de la autollamada 4T. Bueno eso sí: militarismo, ocurrencias, propaganda y opacidad.
Enrique Toussaint
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