Uno puede pasar cada día sin advertir qué tan aburrida es la existencia, la rutina que sin sentir nos va marcando arrugas y ordenando pasos cansinos que se vuelven costumbre y terminan por conducirnos hasta el sitio donde, sin más, soltaremos el último suspiro o escucharemos “el sonido duro y seco” que produce un arma accionada por alguien que decidió aquello que pocos se atreven hacer: matar al prójimo, o ayudarle a bien morir.
Enrique I. Castillo escribe cuentos con personajes de vidas rutinarias, como las de muchos de quienes habitamos la megalópolis donde se asienta la capital del país. Existencias grises que se diluyen con el paso de los días, en el vapor de la cotidianidad donde las mejores mentes de cualquier generación se apagan sin gloria al cumplirse el ciclo de nacer, crecer, reproducirse y morir.
“Hay quienes están en el mundo para describirlo, otros para cambiarlo, algunos más para poseerlo. Es muy probable que me equivoque, pero creo que otros estamos aquí para observarlo desde el suelo“, sorraja el personaje narrador en el cuento “Un sonido duro y seco” y marca pauta de lo que podemos encontrar en los relatos que integran el volumen de cuentos titulado Gusanos, donde el desaliento predomina, certeramente dosificado para ahondar en la condición humana preñada de vacíos, del sinsentido que nos invade mientras transitamos la vida.
Los 11 relatos publicados por Vodevil Ediciones muestran el oficio de un autor que mira al fondo de la existencia humana, sin concesiones. Seres vampíricos, envueltos en el celofán de la vacuidad, del hastío; personajes cuya soledad atenaza y urge a la solidaridad criminal que los remita al otro mundo sin culpas o a la automutilación como “sacrificio y equilibrio”.
El mundo de la simulación orilla a la búsqueda de una buhardilla, del pleito que bien pudiera culminar con el fin de la existencia; o se vale de la violencia filial que permite a la infancia maltratada conectarse y escuchar la voz del Todopoderoso; o permite a la “cotidianidad corrosiva” introducirse al Metro y en él encontrar al verdugo que le pondrá fin.
Enrique I. Castillo hurga en las profundidades del ser, en los motivos que se develan a través de acciones en las cuales la condición humana irrumpe cruda y sin misericordia, despojada de los afeites que permiten funcionar en sociedad, aunque en momentos cumbre dé salida a las causas humanas más tenebrosas.
“La labor del cuentista es como la de un minero que va excavando en la piedra hasta abrir una grieta por donde encuentra la veta del más valioso mineral -anota en el prólogo el maestro Jorge Arturo Borja, y agrega con puntería-: es como si tomara la punta de un hilo para ir desmadejando la apariencia que forman las convenciones hasta llegar a la verdad desnuda; es como encender una mecha corta que presagia una explosión”.
En sus relatos Enrique I. Castillo controla los efectos, dosifica con eficacia las situaciones que sus personajes enfrentan para que entre las ruinas se descubra la pudrición que socialmente avanza y corroe la cotidianidad en la que feliz, feliz, feliz, esta parte de la humanidad se disuelve y emerge como inquietante literatura.
Emiliano Pérez Cruz*
* Escritor. Cronista de Neza