Marshall McLuhan escribió célebremente que si le preguntaran a un pez cuál es el elemento predominante de su entorno, probablemente lo último que diría sería agua, pues está demasiado inmerso en ella como para advertirla. Así, podríamos pensar que uno de los principales rasgos de la literatura es narrar el agua en que transcurre la vida, y a menudo las obras que con el tiempo adquieren el estatus de clásicos resultan una inmejorable ventana para conocer las mentes y los corazones de los personajes de determinadas épocas.
En ese sentido, entre las muchas virtudes de El gran Gatsby se cuenta el ser a casi cien años de su aparición original (1925) un inigualable testimonio de los excesos de la época del jazz y el mito del sueño americano, que apenas cuatro años después se reventaría cual burbuja con la llegada de la Gran Depresión. Existe un pasaje hacia el final en donde el narrador Nick Carraway se topa luego del desenlace trágico con el arrogante millonario Tom Buchanan, marido de Daisy y quien es también una pieza fundamental para el desenlace fatal. Luego de originalmente negarse a saludarlo, reflexiona:
“No podía perdonarlo ni demostrarle simpatía, pero entendí que, para él, lo que había hecho estaba completamente justificado. Sólo era desconsideración y confusión: Tom y Daisy eran personas desconsideradas. Destrozaban cosas y personas y luego se refugiaban detrás de su dinero o de su inmensa desconsideración, o de lo que los unía, fuera lo que fuera, y dejaban que otros limpiaran la suciedad que ellos dejaban…”
En ese pasaje Fitzgerald transmite la arrogancia de la élite de su época, para quienes Gatsby y todos los demás personajes son como piezas de un ajedrez destinados a satisfacer sus caprichos y su banalidad, por lo que una vez que han cumplido su función de entretenerlo por un rato son desechados en favor de nuevas cosas o personas a destrozar.
A menudo me viene a la mente este pasaje cuando contemplamos a los personajes equivalentes de nuestra época, pensando cómo aparecerán en los Gatsby que se lean en el futuro, donde quizá el paso del tiempo permitirá mejor dimensionarlos. Así por ejemplo con las declaraciones recientes del presidente de un consorcio inmobiliario, llamado Tim Gurner, con una fortuna estimada en más de 500 millones de euros, quien declaró en un reciente seminario: “Necesitamos ver dolor en la economía. Necesitamos ver un incremento del desempleo, que tiene que aumentar 40 o 50%, en mi opinión”. Ello porque los trabajadores se han vuelto perezosos con el covid, por lo que: “Hay que recordar a la gente que trabaja para el patrón, y no lo contrario. Ha habido un cambio sistémico donde los trabajadores creen que el patrón tiene la suerte de tenerlos, y no lo contrario. Así que esa dinámica debe cambiar”.
Esta viñeta representa uno de los aspectos fundamentales de la mentalidad de la época, respaldada por todas las cifras sobre cómo la paga de los directivos y los beneficios de los accionistas de las empresas se han disparado fuera de toda proporción. Y este tipo de pensamiento de clase es el sustento ideológico. Sólo que a diferencia de los personajes de Fitzgerald, no es ya el tedio burgués sino el afán de lucro ilimitado lo que impulsa a nuestra actual casta dominante. Así que esperemos que con el tiempo, al menos en el plano de la literatura y demás artes, vayan adquiriendo el lugar que su carácter despreciable y mezquino seguramente les tendrá reservado.