En Las muertas, publicada en 1977, Jorge Ibargüengoitia ficcionaliza a manera de reportaje el caso real de la trata y muerte de mujeres de la que fueron responsables Las Poquianchis, las hermanas González Valenzuela, que en la novela se convierten en las hermanas Arcángela y Serafina Baladro. El hecho de estar escrita como si fuera un reportaje le da a la novela un efecto polifónico, coral, donde se reproduce la voz de las y los personajes de la historia de ascenso y caída de las hermanas Baladro. Que pasan de ser madrotas todopoderosas que corrompen y tienen en el bolsillo a autoridades y hombres fuertes de las pequeñas localidades donde operan sus prostíbulos, a ser descubiertas, caer en desgracia y convertirse en carne de prensa sensacionalista y escarnio público.
Acaso anticipando el recurso polifónico que Bolaño plasmaría de manera más explícita y radical en Los detectives salvajes, en Las muertas la desgracia se va enunciando periódicamente, con lo cual no hay un efectismo que produzca en el lector emociones a punta de giros de la trama o sordidez de la violencia (de hecho, el registro estilo periodístico permite una pretendida objetividad que contrasta con las más explícitas representaciones actuales de la violencia en la literatura y las producciones audiovisuales). Así que más que se vaya anudando la fatalidad, esta se anuncia desde un principio y en todo caso se va desanudando, como rompecabezas que se va detallando a partir de los muchos testimonios, y es precisamente lo impersonal del lenguaje y la narración lo que permite que funcione el humor negro aplicado a un tema tan oscuro y escabroso, ejemplificado en frases como “El capitán declaró que esta frase la dijo de guasa”, o cuando se describe al asesinado hijo de Arcángela, Humberto Paredes como “una especie de Benito Juárez del hampa”.
Y en la muy bien lograda serie realizada por Luis Estrada, de reciente estreno, la polifonía y la anticipación de la trama se resuelven muy acertadamente mediante el testimonio desde la cárcel de las y los involucrados en la empresa criminal, con lo cual se reproduce de manera muy fidedigna la atmósfera ominosa de la novela, donde lo crucial no es tanto la trama como el entorno donde se desarrolla. La ambientación de la serie es excepcional, al igual que las actuaciones, que logran el difícil propósito de que durante largos momentos se empatice con las hermanas y otros personajes principales como el capitán Bedoya, a la manera de villanos fascinantes que en la ficción consiguen suspender el juicio ético o moral sobre sus fechorías, y hacer partícipes a los espectadores de sus dilemas y complejidades. (Y el personaje de la Calavera funciona magníficamente como obediente bufona de la corte regida con mano de hierro por las Baladro).
En ese sentido, las hermanas aparecen como villanas trágicas en toda regla, e incluso Arcángela evoca a personajes como Lady Macbeth, al encarnar una maldad meticulosamente planeada y ausente de remordimiento, donde una vez que se produce su caída experimenta delirio antes que culpa, como si genuinamente no pudiera ni en retrospectiva encontrar nada de malo en su proceder. Y Serafina encarna la sensualidad torcida que se entrega igualmente a la pasión criminal como si fuera algo inevitable, como de hecho le dice explícitamente a su hermana, cuando esta le reclama: “Por egoísta, por buscar nomás tu venganza nos hundiste”, a lo que Serafina responde con una frase que parecería encapsular el pathos diabólico de la obra maestra de Ibargüengoitia: “¿Qué culpa tengo de haber nacido apasionada?”.