En su alucinante libro, El planeta de los hongos, Naief Yehya nos conduce a las entrañas de esa especie tan misteriosa y mística como son los hongos, en particular las vertientes alucinógenas, para desembocar en una especie de insospechada relevancia tecnológica, cultural y política, superior incluso al auge experimentado en la década de los sesenta, cuando la psicodelia ofrecía una visión de amor libre y emancipación de la opresión social, muy distinta del giro tecnológico/corporativo/farmacéutico que ha adquirido en últimos años, principalmente a partir de la fascinación de los tecno bros de Silicon Valley con todo el tema de la psicodelia.
Más allá de las particulares relaciones humanas con los hongos, el libro de Yeyha es ante todo una exploración y homenaje de los hongos como tal, que como especie parecen poseer una suerte de inteligencia mística que les permite realizar cosas sorprendentes, como ser capaces en experimentos de esparcirse con la forma de redes de carreteras, al grado de que se han utilizado como herramienta para contrastar elementos de diseño. Y es igualmente fascinante conocer que desde tiempos ancestrales han sido considerados como “enteógenos”, o manifestaciones de los dioses al interior de los individuos, con lo cual quedó trazado el indisociable vínculo místico.
Sin embargo, al adentrarse Yeyha en la parte más propiamente cultural, encontramos que los hongos tampoco han escapado a la aplanadora de la ideología de libre mercado, y que de hecho las sustancias psicoactivas ahora se asocian más a movimientos libertarios y de derecha, así como el conocido papel que desempeñaron para Steve Jobs y sus epígonos tecno bros de Silicon Valley que, sin mucha exageración ni hipérbole, hoy controlan incluso más que los políticos buena parte de la estructura sociopolítica del mundo: “Probablemente ninguna industria, quizá ni siquiera la música ni las artes, ha adoptado el uso de alucinógenos con el fervor que lo han hecho los emprendedores, programadores, diseñadores e ingenieros en el valle del silicio. La cultura de la microdosificación se ha convertido en un dogma para muchos que apuestan que su creatividad se ve mejorada y expandida al emplear dosis de una quinta parte de la porción usual para un viaje de psilocibina o una décima parte de uno de LSD”.
Pero como bien sabemos hoy, la utopía digital se parece ya más a una pesadilla de consumo, odio generalizado, control y vigilancia, lo cual evidentemente no es culpa ni de los hongos ni de otros psicotrópicos, sino más bien es una muestra de la capacidad del actual sistema para fagocitar y pervertir prácticamente cualquier cosa y convertirla en mercancía (“Se espera que el mercado de las sustancias psicodélicas crezca de los 487 millones de dólares en 2022 a 11.82 millones de dólares para 2029”), incluidos en este caso congresos motivacionales donde se reúnen “las estrellas de la ciencia psicodélica” a promoverla como cualquier otro producto new age más.
Pero finalmente la psicodelia puesta al servicio de la dominación tecnológica no es (ni probablemente será) más que una apostilla dentro del milenario viaje que detalla de manera entrañable Naief Yehya en El planeta de los hongos. Del cual es imposible no salir con mayor asombro, respeto y admiración por esos enigmáticos seres que no por nada a menudo son equiparados con duendes, cuyas conexiones neurológicas y espirituales con la mente y alma humanas han sido principalmente sinónimo de disolución del yo y apertura a distintas realidades, como si esos misteriosos seres invitaran a quienes quisieran a compartir los secretos que llevan almacenando durante miles de millones de años.