Cultura

El bien y el mal en 'Cabo de miedo'

Volví a ver en días recientes en la Cineteca luego de muchos años la película clásica Cabo de miedo (1991), de Martin Scorsese, con actuaciones de Robert de Niro, Nick Nolte, Jessica Lange, y quizá la mejor es una muy joven Juliette Lewis en el papel de la hija adolescente de la pareja aterrorizada por Max Cady (De Niro), quien desea vengarse de su antiguo abogado, a quien culpa por haber pasado 14 años en prisión, cuando pudieron ser menos, si no hubiera decidido ocultar evidencia que podría haber reducido su condena. Cabo de miedo forma parte de la cultura pop contemporánea, al grado de haber inspirado uno de los más célebres episodios de Los Simpson, donde Bob Patiño desea vengarse de Bart por haberlo enviado a prisión, y cuya estructura es prácticamente igual a la de la película, con la misma música de suspenso incluida.

Como sucede con los clásicos, cada vuelta arroja lecturas nuevas, y en esta ocasión me llamó la atención en primer lugar la monomanía de los personajes masculinos antagonistas. Si bien es muy evidente en el caso del villano y su deseo de venganza, el abogado que es su víctima jamás vacila o se cuestiona sobre si puede haber algo de razón en el agravio, y su primera reacción es querer resolverlo con dinero, simplemente pagando para ahuyentar la pesadilla. Es muy curioso observar cómo en una sociedad fundamentada en la libre elección, y en la capacidad de reinventarse tantas veces como sea necesario, el arquetipo es más bien el de mentes cerradas, que ya saben qué piensan y qué quieren, cuya tarea es entonces programática para alcanzar los objetivos, o defender aquello cuya programación ya permitió alcanzar. Esto se corresponde con uno de los mitos fundacionales de la sociedad gringa, el del self-made man que se labra a sí mismo, en buena medida en función del impulso de ser rico y próspero a toda costa. Y, por supuesto, la monomanía también tiene un componente de clase, pues no serán los mismos deseos y aspiraciones según donde se nazca, y de ahí que la obsesión monomaniaca del villano deba existir más como venganza que como aspiración positiva.

Cabo de miedo también puede leerse en clave de western jurídico-urbano, con los habituales conflictos entre ley y justicia. Y aquí encontramos también el viejo tema tanto del enorme poder de seducción del forajido y del fuera de la ley (es infinitamente más complejo y fascinante –incluso en su maldad– el personaje de De Niro, que el del típico abogado mentiroso, autoritario y corrupto que es Nick Nolte), como de la necesidad, esta sí común a ambos personajes, de tomar la ley en las propias manos para conseguir lo que se desea. Ello porque aunque también la ley y el respeto a las instituciones son piedras angulares de la narrativa estadunidense, en realidad y en el fondo, la obediencia ciega a la ley y sus dictados son consideradas para losers, pues los ganadores siempre encuentran alguna forma de torcerlas a su favor, o de recurrir a métodos extralegales (como hacen ambos personajes) para corregir en el ámbito de la justicia personal lo que piensan que les niega la justicia a gran escala. Por eso aunque el bien triunfa, lo hace con un tufo a rancio, pues en el caso de Cabo de miedo, quizá como metáfora del estado actual de la sociedad estadunidense, su única virtud es quizá ser menos malévolo que el mal en estado puro.

Eduardo Rabasa


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Eduardo Rabasa
  • Eduardo Rabasa
  • osmodiarlampio@gmail.com
  • Escritor, traductor y editor, es el director fundador de la editorial Sexto Piso, autor de la novela La suma de los ceros. Publica todos los martes su columna Intersticios.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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