En la historia reciente de la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEMex), la elección de su nueva rectora bien pudo haber marcado un parteaguas. La ocasión perfecta para que la comunidad universitaria —y especialmente su estudiantado— diera un golpe en la mesa y dijera “basta” al continuismo, al oficialismo disfrazado de autonomía y al anquilosado vínculo con el poder político que por décadas ha moldeado los destinos de la institución. Pero a pesar del esfuerzo organizado y valiente del movimiento Enjambre Universitario, que intentó inyectar vida y conciencia al proceso, los números hablan por sí solos: solo 20% de los estudiantes votó. Una participación tan baja que es difícil no interpretarla como resignación, desinformación o apatía; todas, consecuencias previsibles tras años de una cultura universitaria acostumbrada al simulacro democrático.
¿Qué nos deja esta elección? Un sabor amargo, sin duda, y muchas preguntas. ¿Por qué no logró cuajar un frente amplio opositor? ¿Por qué no prendió del todo el mensaje de Enjambre Universitario? ¿Por qué, incluso entre el estudiantado crítico, se cedió el terreno a la inercia?
Las universidades públicas, más allá de sus funciones académicas, tienen un valor simbólico y político fundamental: son laboratorios de ciudadanía, núcleos de pensamiento libre y espacios donde la democracia debería ejercerse con más profundidad que en cualquier otro lugar. Cuando se pierde una elección, se pierde una oportunidad. Pero cuando se pierde por omisión, por fragmentación o por indiferencia, el costo es aún más alto.
Habrá quien busque justificar la baja participación del estudiantado y la ausencia de muchos docentes, o la sorprendente participación del personal administrativo en la elección, con el argumento de que todos estaban enterados y en la democracia se gana con uno o un millón de votos o de participantes.
Pero ya hay rectora. Ahora esperemos cómo enfrenta el problema que exige y merece atención: La corrupción, que está muy arraigada en nuestras vidas, desde aprovechar todo lo que puedas sin que te lo merezcas, desde robarte el dinero público, ver el celular todo el tiempo en la chamba, no pagar lo que debes, colgarte como autor en artículos que no escribiste, no ir a trabajar y firmar entrada y salida juntas, evadir impuestos…
Pero nada que la aplicación de la norma no arregle. El problema es que su aplicación es endógena, depende de los mismos que se benefician de su omisión.
¿Seguiremos entrampados?
Queda, sin embargo, una semilla sembrada. El movimiento estudiantil que se atrevió a incomodar al poder ya no desaparecerá del todo. La conciencia crítica que se activa una vez, no se apaga fácilmente.