Jesús Armando Barrera Cordero había sido policía federal antes de administrar un rancho cercano al Ejido Santa María, en Muzquiz, Coahuila. En marzo de 2011, mientras ocurría la masacre de los Cinco Manantiales, estando en su casa de Sabinas le dijo a su esposa que la situación estaba muy mal y que se rumoraba que Alfonso Cuéllar, su antiguo compañero de la policía federal, le había robado un dinero a los Zetas. Le contó también que acababa de verlo unos días antes en una bodega cercana a su casa. Barrera le dijo a su esposa que el Alfonso Cuéllar al que buscaban Los Zetas era homónimo del Alfonso Cuéllar al que él conocía.
Sin embargo, el 27 de marzo de 2011, Arturo Saldaña, quien le hacía trabajos ocasionales de jardinería a Barrera fue bajado con su esposa y su hijo de su camioneta S-10 negra después de que otra camioneta Cheyenne roja le cerró el paso. Cuatro hombres armados le ordenaron que se subiera con ellos. Ya arriba, lo esposaron y le vendaron los ojos para después golpearlo mientras lo interrogaban sobre la relación que tenía con Barrera y en dónde se encontraba este. Como no pudo decirles en qué lugar estaba, lo llevaron a una casa de seguridad, en la que permaneció más de un día con los ojos vendados y sin comer.
Barrera se enteró del secuestro de su jardinero a través de su esposa, quien le dijo que Los Zetas lo andaban buscando. Se quedó encerrado en su casa con mucho nerviosismo, pero le avisó por teléfono a su mujer que iría a una sucursal de Scotiabank a cambiar un cheque. Dos horas después, cuando su esposa le marcó, ya no tuvo respuesta. Por la tarde buscó a amigos de él, y se enteró que Rafael Muzquis y Adolfo Guerra, también estaban desaparecidos. Luego le contaron que su esposo había sido abordado en el centro del pueblo mientras esperaba el semáforo. Un grupo de policías municipales lo habían detenido, para luego llamar a un grupo armado que llegó por él. Un policía local se llevó la camioneta GMC Sierra gris en la que iba Barrera. Dicha camioneta fue incautada meses después en Tamaulipas por la PGR, solo que ya estaba blindada y modificada.
Tres meses después de la desaparición de Barrera, unos hombres llegaron a su casa y le pidieron a su esposa las llaves de una lancha que éste tenía en su rancho, la cual se llevaron junto con el remolque en el que estaba.
***
Reynaldo Tapia, el alcalde que llegó al poder después de los ataques de marzo de 2011, viajaba el viernes 18 de ese mes de Piedras Negras a Allende cuando vio 42 trocas con hombres armados y placas del estado de Texas, entrando a su pueblo. “Pensé que iba a haber una fiesta, no una guerra”.
Esa tarde se fue un rato a una de las 30 casas de empeño que posee en la región y luego a su casa a dormir.
Recuerda que al día siguiente el pueblo se convirtió en un hervidero de rumores espantosos, los cuales resultaron en su mayoría verdaderos. Algunos pobladores llamaron al Ejército, que tenía una base en las afueras, pero los militares nunca hicieron nada ante lo que sucedía. “Unos soldados venían a darse la vuelta en la noche, compraban agua y se regresaban. Miraban a las trocas con los hombres armados y nomás se volteaban”.
El alcalde calcula que duró una semana el asedio al pueblo. “La vida se detuvo aquí” y luego explica que en algunas demoliciones usaron máquinas conocidas como “mano de chango”. También lamenta la rapiña en las casas de las familias Garza, Cuéllar y Moreno. “Se vio muy mal la gente. Se paseaban por ahí y se asomaban hasta que les decían “pásenle” y rápido se metían y salían con cosas. Pero cientos de gentes en trocas, en carros. Se llevaron hasta el zacate, las palmas de las casas. Bueno, en algunos casos era la misma necesidad de la gente”.
Etelvina Flores, esposa de Everardo Elizondo, criador de gallos asesinado en el rancho de los Garza, dice que los sucesos de esos días “incitaron a la gente en caer a lo peor”. Con lamento cuenta que gente que tenía un trabajo digno o una profesión andaban saqueando la Cerrajera y las casas. “Decían: pues es que andaban mal y se lo merecen”. Participaron maestros, el gerente de un banco, gente, le digo, con una preparación, gente que no tiene necesidad -aunque eso tampoco justifica que lo hicieran-, pero por lo menos dices, tienen mucha necesidad”.
La casa de Etelvina, una vivienda de interés social, no fue atacada por Los Zetas, pero sí por algunos vecinos que se metieron dos veces y se robaron lo que pudieron: una cámara fotográfica y una computadora descompuesta. “A mí algo que me dejó muy decepcionada como seres humanos que somos fue que iba yo para mi casa y por la calle vi que en una moto pequeñita traían una sábana de una casa como morral para guardar varias cosas, y por el otro, una lámpara agarrada... Iban cayéndose, ni siquiera avanzaban porque la moto era muy pequeñita, pero estaban felices de la vida. Ahí es cuándo decías: ¿qué les pasa?, ¿es real? No sólo no fuimos indiferentes, hasta contribuimos con lo que sucedió. Y siendo un pueblo de lo más tranquilo, se despertaron de los instintos más bajos que tenemos”.
Capítulo 20 de la serie “El lugar donde se arrastran las serpientes”.
Fin de la Primera Temporada.