Al fragor de la llamada guerra del narco, el subcomandante Marcos escribió una carta al filósofo Luis Villoro. Era, a la vez, un diagnóstico del siglo XXI: una especie de mapa de cómo el capitalismo había hecho de la guerra no una excepción, sino la forma estable del mundo.
Toda guerra moderna tiene tres niveles, explicaba Marcos: el físico, el moral y el mediático. Primero la fuerza; luego la justificación; después la narrativa. Y desde Irak hasta Gaza, desde Ucrania hasta Uruapan, el guion es el mismo: destruir para reconstruir, despoblar para reordenar.
Casi 20 años después de la guerra del narco iniciada en Michoacán, aunque ésta ya no se libra con el lenguaje de la guerra, sigue siendo una gestión pública y financiera de la violencia, porque las guerras capitalistas cada vez necesitan menos enemigos definidos, lo importante es que nunca haya resolución.
Marcos lo vio desde Chiapas, pero lo entendió globalmente. Sabía que la guerra del narco no era solamente una guerra “mexicana”, sino una forma localizada de la guerra global por la rentabilidad del caos. Las guerras capitalistas no buscan control político: buscan flujo económico.
Don Luis Villoro escribió que la ética comienza cuando el individuo se distancia de la moral dominante. Marcos le respondió que la ética solo podía existir en la resistencia. En un mundo en el que la violencia es norma, la conciencia es la última trinchera. Negarse a la lógica bélica implica desmontar la idea de progreso como expansión y la de seguridad como control.
La pregunta de ahora no es si habrá otra guerra o no, sino qué hacemos mientras tanto. Cómo vivimos dentro de una maquinaria que necesita el conflicto para sostenerse, cómo pensamos, escribimos o filmamos con coherencia cuando toda imagen, incluso la del dolor, puede volverse mera mercancía.
En medio de esta dinámica, tal vez el único gesto radical sea suspender la necesidad de ganar. Sobre la resistencia zapatista, Marcos decía: “nuestra guerra no pretende destruir al contrario, sino anular el terreno de su realización”. Si el capitalismo hoy es guerra permanente —económica, mediática, ambiental, digital—, la paz no puede ser solo un cese del fuego: debe ser una forma distinta de organizar el mundo, una que no necesite enemigos para justificar su existencia.