Policía

El ex alcalde IV

El vuelo en Learjet hacia la Meseta de Cartujanos, donde está enterrado el antihéroe. Especial
El vuelo en Learjet hacia la Meseta de Cartujanos, donde está enterrado el antihéroe. Especial


Me aburro muy fácil. Cuando domino algo busco hacer cosas diferentes. Creo que la vida está llena de generalidades, no de especialidades y que la suma de especialidades es la más fregona. Una de esas cosas es la cacería. La cacería no se trata de matar por matar. Cuando ya buscas trofeos —que son los animales más grandes de su especie en un récord de cien años— es otra cosa que muy poca gente entiende. Me tocó caminar ocho horas entre cenizas para buscar un determinado antílope. Para cazar necesitas tener capacidad ocular e implica muchos conocimientos y yo soy muy clavado en muchos temas, pues me gusta dominarlos, ya que siempre he creído que si haces las cosas, las debes hacer bien.

Cuando estuve en el Parque Nacional Tsavo, en Kenia, éste tenía la mayor densidad de elefantes de África y existía un problema serio de sobrepoblación, por lo que el gobierno organizó una matanza. En ese entonces no existían bardas ni carreteras, por lo que cuando comenzó la matanza oficial, los animales se salieron del área donde estaban y fueron a dar a un lote de cacería que era donde yo estaba. Me tocó estar entre cuatrocientos elefantes y nunca voy a olvidar ese momento: sentía que era un ser viviente cambiando de configuración.

Cuando me preguntan que si creo en Dios respondo que sé que hay una creación más inimaginable de lo que pensamos. Estamos en dimensiones muy diversas y seguro existen millones de cosas que no conocemos. Nosotros estamos limitados a un espacio que no entendemos. Nos damos demasiado taco para la madre que somos. Nos sentimos muy importantes, pero somos una nada.

Viaje

Hoy cuando el Learjet va a aterrizar en medio de una inmensa llanura en la que parece no haber nada más que mezquites verdes y grises, el ex alcalde me señala una enorme meseta en la que lo único que hay es un hombre enterrado. En la Meseta de Cartujanos, de unos quinientos metros de alto y una decena de hectáreas de extensión, hay una capilla donde está la tumba de Santiago Vidaurri, un antiguo gobernante de Nuevo León, muy popular en su tiempo por haber defendido esta región de los indios comanches en el siglo XIX.

Vidaurri cayó en desgracia tiempo después cuando trató de separar las provincias del noreste de México del resto del país para fundar la República de la Sierra Madre y cuando decidió apoyar el fugaz imperio mexicano de Maximiliano I de México. “Es un personaje fascinante, muy polémico. Luego te enseño unas cartas muy interesantes que tengo de él, escritas con su puño y letra”, cuenta Fernández Garza.

El intento de independencia de Vidaurri fue combatido por el héroe Benito Juárez, pero fue el militar Porfirio Díaz, a la postre dictador, quien lo mandó fusilar y borrar de la historia oficial. Casi nadie recuerda que Vidaurri sigue enterrado allí. Desde su jet, Fernández Garza me señala la tumba del antihéroe, como si me revelara no una coincidencia sino que el destino lo ha llevado a construir su casa frente a la tumba de ese insurrecto olvidado por la historia oficial.

El viaje hasta allí es para que el ex alcalde supervise los detalles finales de la construcción de la que será su casa de retiro. De acuerdo con encuestas de popularidad, si quisiera, el ex alcalde ganaría las elecciones para gobernador de Nuevo León, pero ahora está más interesado en crear el Museo de Historia Natural y en pasar temporadas en esta propiedad. Le da pereza volver a administrar un territorio que no sea este feudo en el que quiere jubilarse.

El piloto del Learjet hace unas maniobras de aterrizaje para estrenar una nueva aeropista de tierra en el rancho de Fernández Garza. Antes de que existiera esta pista, el ex alcalde debía pedir permiso a su vecino, un ex gobernador de Nuevo León, para aterrizar en la que él tiene al lado. El rancho del ex alcalde de San Pedro colinda con el de miembros de las familias Zambrano, accionistas de Cementos Mexicanos, y Milmo, accionistas de Televisa. Todos ellos comparten tierras en El Jabalí, como llaman a esta zona árida y alejada de la ciudad, en el municipio de Lampazos donde la población no suma ni cinco mil habitantes.

Resulta intrigante que los hombres de poder de San Pedro hayan elegido este paraje seco y perdido para montar sus refugios. Cuando el Learjet toca tierra, una camioneta con dos escoltas espera a Fernández Garza, quien se sube solo en otra pick-up que él conduce hasta el sitio donde unos albañiles trabajan en los acabados de su nueva casa. Construir una casa en medio de la nada es otra de las nuevas especialidades del ex alcalde. Sin ser arquitecto diseñó sus planos. Las paredes de su mansión son una vitrina de trofeos disímiles: desde acciones de valores de Europa y México del siglo XIX hasta la cabeza disecada de un toro, el último de los animales que declara haber matado. El año pasado, durante una fiesta en el rancho de un amigo, ese toro se salió de control y, cuando estaba a punto de embestir a un peón, afloró el instinto cazador del ex alcalde, quien agarró una escopeta y le disparó. Ahora los ojos muertos de ese animal nos miran.

En la sala principal de su casa de retiro, no hay ningún cráneo de tiranosaurio rex. Solo peces prehistóricos acomodados en sus paredes como si estuvieran en un estanque de piedra. Son animales marinos de la era cretácica, de los que el ex alcalde posee una de las cuatro colecciones más importantes del mundo. Su afición por la paleontología es reciente, me dice, mientras explica en detalle la historia de cada uno de los peces de su pared. “Mucha de mi paleontología está más montada como arte”, advierte.

Afuera de su casa, aunque hace un sol rabioso, el frío se sigue sintiendo por el viento que pasea sin muros que lo interrumpan en este paraje árido. El paisaje más valioso desde allí es la meseta donde está enterrado el hombre que intentó que Nuevo León fuera un país independiente de México. Para ciertos empresarios del norte, Santiago Vidaurri significa lo que Emiliano Zapata es para los campesinos del sur: un símbolo de inspiración y autonomía, aunque se cuidan de decirlo en público. Con debida razón, Zapata está en el Olimpo de la historia mexicana; Vidaurri, en una tumba recóndita protegida por una altiplanicie inaccesible.

Dentro de cientos de años, tal vez, cuando otro meteorito como el que acabó con el reino de los dinosaurios sobre la Tierra se estrelle contra el mundo de los hombres, en esta meseta los paleontólogos del futuro descubrirán los huesos de otros seres humanos. Uno de ellos, por expreso pedido de su hijo psiquiatra, estará sin cabeza y nadie sabrá que se llamaba Mauricio Fernández Garza. 


(FIN)


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Diego Enrique Osorno
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