Después del triunfo de Lula Da Silva en Brasil con un apretadísimo margen, el panorama es muy complejo pero no tan diferente de lo que ha sido la política brasileña en las últimas décadas: la política del mejor postor. Bolsonaro sufrió una derrota electoral pero no política; el bolsonarismo seguirá vivo y vigente.
No se trató de un triunfo de la izquierda sobre la derecha, ni mucho menos del Partido de los Trabajadores. Fue un triunfo personalísimo de quien ya demostró que sabe cómo sacar a millones del hambre, cómo impulsar el crecimiento, un triunfo de quien puede recuperar los valores democráticos y de quien prometió no volver con sed de venganza sino de unidad, de esperanza.
El resultado de las elecciones de un país que parecería casi partido por la mitad obligará a Lula, quien conoce Brasil mejor que nadie, a atender de cerca y a conciliar con el avance de una extrema derecha que parecía muerta, pero que no sólo resucitó sino que trajo consigo un espejo en el que se puede ver casi la mitad de la población brasileña, millones de personas que comulgan con el discurso antiderechos de las mujeres, antiLGBTIQ+, anti-indígenas, antimigrantes, antinegros, y que hoy pueden decirlo a viva voz, defenderlo sin sonrojarse y hasta portar un carné de identidad: el bolsonarismo.
Lula lo entiende perfectamente. “No existen dos Brasiles. Somos un solo país, un solo pueblo, una gran nación. A nadie le interesa vivir en una familia donde reina la discordia. Es hora de volver a unir a las familias, rehacer los lazos rotos por la propagación criminal del odio. A nadie le interesa vivir en un país dividido", fueron algunas de sus palabras en su discurso de triunfo.
Al mismo tiempo en que deberá reunificar al país y calmar los exacerbados ánimos, tendrá que sacar nuevamente —como ya lo hizo en sus dos períodos de gobierno anteriores— a más de 30 millones de personas que volvieron al mapa del hambre en Brasil, durante el mandato de Bolsonaro. Además, deberá encargarse de reformas como la tributaria y la política, con un poder legislativo completamente adverso, lleno ya no de oportunistas de derecha como en las pasadas elecciones, sino de cientos de bolsonaristas plenamente convencidos que se hicieron con la mayoría en los comicios recientes.
La integración latinoamericana también lo espera con ansías como el líder que pueda llevar a buen puerto la consolidación del bloque latinoamericano. Después de la batuta del presidente Andrés Manuel López Obrador que inicia la recta final de su mandato, el presidente electo de Brasil encarna con más fuerza la esperanza del relevo. Temas como la moneda común, la soberanía energética y la migración siguen en la agenda pendiente del continente.
¿Y luego? También son cuatro años para fortalecer otros liderazgos. El PT se alejó de sus bases, de los movimientos populares, y la llegada de Bolsonaro al poder fue una de las consecuencias. Mientras Lula intentará sacar de la profunda crisis a su país, su partido, los partidos de la coalición, deberán empeñarse en recuperar el terreno perdido. Bolsonaro les respira de cerca y lo dejó claro en su discurso, “respeta la Constitución” pero desconoce a Lula, y por tanto al poder que de él emana.
Los retos, las expectativas y las adversidades son demasiado grandes. En manos del histórico líder obrero está demostrar “que Dios no se ha cansado de ser brasilero”, como ellos mismos dicen.
@DanielaPachecoM