En América Latina hay presidentas y hay farsas de poder. Dina Boluarte, con una de las peores aprobaciones del continente —y probablemente del mundo—, ha decidido declarar persona non grata a Claudia Sheinbaum, la mandataria mexicana que goza de casi el 75% de respaldo ciudadano y que en pocos meses ha logrado afirmarse como referente regional. La escena la retrata de cuerpo entero: un gobierno debilitado, sostenido por pactos con un Congreso tan impopular como la misma Boluarte, enfrentado a una presidenta respaldada por millones de votos, legitimidad democrática y un horizonte político sólido.
La medida no sorprende. El Congreso peruano, con apenas un dígito de aprobación en las encuestas, aprobó en la Comisión de Relaciones Exteriores la moción contra Sheinbaum con 12 votos a favor y 6 en contra, encabezada por figuras fujimoristas y de la derecha más recalcitrante. La presidenta mexicana fue acusada de “injerencia inaceptable” y de una postura “hostil y provocadora” por “la defensa abierta y declarada que ha hecho de Pedro Castillo”. Pero en el fondo, lo que estaba en juego no era la política exterior peruana, sino la necesidad de Boluarte de fabricar enemigos para intentar sobrevivir políticamente, una vez más, puertas adentro.
No es la primera vez que Boluarte recurre a estas maniobras. Recordemos el episodio con el expresidente Andrés Manuel López Obrador, a quien también declaró persona non grata en mayo de 2023, en un intento desesperado de afirmar una autoridad que no logra construir en su propio país. También hizo lo propio con Evo Morales en diciembre de ese mismo año, y con Gustavo Petro en febrero de 2023 y posteriormente en el pasado mes de agosto.
Frente a la represión brutal de las protestas que dejaron decenas de muertos, la crisis de legitimidad de su mandato, el colapso de la seguridad y la desaprobación masiva que la acompaña en cada encuesta, agita un nacionalismo falso y convierte la diplomacia en espectáculo. Ahora, con elecciones a la vista en Perú en abril de 2026, y con el final de su mandato cada vez más próximo, Boluarte se aferra a gestos que en nada cambiarán el lodazal en que convirtió a su mandato, donde la que menos manda es ella misma.
Y claro, las supuestas consecuencias de declarar non grata a Sheinbaum son casi apocalípticas: México entero quedará privado del inmenso privilegio de recibir visitas oficiales de Dina Boluarte o de que sus funcionarios o funcionarias compartan foto en Lima. Un “castigo” que difícilmente quite el sueño en Palacio Nacional. Mucho menos cuando, tras el episodio con López Obrador, no hubo consecuencias económicas reales para México. El comercio bilateral con Perú siguió su curso sin sanciones formales: aunque en 2023 y 2024 las exportaciones e importaciones tuvieron altibajos, en 2025 el intercambio se estabilizó e incluso dejó un saldo positivo para México. Tampoco hubo señales de un castigo en inversiones, más allá de la caída general de la Inversión Extranjera Peruana, que no estuvo ligada directamente al conflicto diplomático.
Del otro lado, la presidenta Sheinbaum no necesita de estridencias para afirmarse; le basta con la fuerza de su propio respaldo popular y con la proyección internacional que ha cultivado en un año de gobierno.
El contraste es brutal. Mientras una presidenta gobierna sin pueblo, sostenida por instituciones deslegitimadas y pactos de corruptos, la otra inaugura un ciclo de confianza ciudadana y liderazgo en la región. Lo que en realidad queda expuesto es el aislamiento de Perú bajo Boluarte y el lugar central que ocupa México en la política latinoamericana actual.
Los gobiernos débiles se atrincheran en gestos vacíos, mientras los gobiernos fuertes construyen liderazgo y futuro. Boluarte podrá declarar non grata a Sheinbaum, pero es el pueblo peruano el que hace tiempo la declaró non grata a ella.