En un nuevo intento por revivir su carrera política, Ricardo Anaya anunció, de manera muy anticipada, su candidatura presidencial para 2024. Después de años de abandonar el país que hoy tanto le preocupa, de no acercarse ni escuchar a la gente —si es que alguna vez al menos intentó hacerlo—, vuelve, otra vez, como redentor.
Una candidatura para ser diputado federal plurinominal es insuficiente para “salvar a México”. Dice que recorrerá el país para acercarse a las comunidades, pero no aclaró en su video si lo hará por Zoom, desde la sala de su casa en Atlanta, desde donde siempre está muy cerca de sus compatriotas.
Después de hundir a la alianza conservadora, de ser el candidato del PAN con menos votos en las últimas décadas y de un limbo de inactividad pública, muy lejos del carisma y la sensibilidad del presidente, pero, sobre todo, muy lejos de su credibilidad, cree que puede usar el camino AMLO para “de veras sentir y vivir los problemas como propios y encontrarles soluciones juntos”, como él mismo lo expresó.
Anaya viene a ser luz en la oscuridad, y parece que trae la receta en su libro que dice contener la soluciones a los problemas fundamentales del país.
Pensaron que el calderonismo podía ser el depositario del malestar de una pequeña parte de la población frente al gobierno de López Obrador, y se equivocaron. Ahora, Anaya cree que su regreso podría darle rostro a esa oposición perdida que no termina de entender su posición en el nuevo régimen, ni tampoco que su escenario de acción es completamente distinto al que enfrentaron hasta hace unos años. Sin embargo, su regreso parece más el de un hombre solo.
Su presencia, siempre en la distancia, no ha tenido relevancia; sólo ha lanzado cuestionamientos como la crítica al gobierno federal por el manejo de la pandemia, quizás igual de irrelevante, para hacerse nuevamente a un espacio en el espectro político. Lo importante es encontrar cualquier espacio para no morir o un lugar seguro para defenderse de cualquier acusación de corrupción en el futuro, —estando implicado ya en el caso Odebrecht, entre otros señalamientos—, para luego aducir una persecución política en su contra.
Vuelve el candidato superficial que sin promter pierde el rumbo, para darle rumbo a México. Su regreso, como la oposición, siguen vacías.