“Para servir a la patria nunca sobra el que llega, ni hace falta el que se va”
Venustiano Carranza
Nuestra plaza más importante y emblemática del país, el día de ayer se vio abarrotada por una ciudadanía que, más que un simbolismo —con todo y acarreados, como insiste una oposición acéfala—, refleja el peso y el pulso del aquí y el ahora.
Un psicoanálisis político a pesar de la oposición ansiosa y deprimida.
A pesar de los que roban, mienten y traicionan, el evento de ayer refleja un fenómeno político real: la validación popular de una narrativa de transformación que, guste o no, está viva en los hechos, en la obstinación por los derechos sociales vueltos constitucionales.
El Zócalo es el epicentro de la política en México. La plaza mayor donde se miden los afectos, se pesan los liderazgos y se ventila el humor social.
Allí no hay algoritmos ni encuestas que valgan: la asistencia es el termómetro que mide la aceptación y confianza. Y esa confianza, por ahora, le pertenece a la presidenta.
Rondar con casi el 80% de aprobación no es un dato menor: es un patrimonio político y moral que la mandataria debe cuidar con prudencia.
Porque el poder, cuando se concentra, tiende a desfigurarse y la historia mexicana conoce de sobra los casos donde la soberbia y la corrupción se infiltran por los poros de los políticos, sobre todo, los que se sienten intocables en todos los partidos y también, sus dueños.
Desde Aristóteles hasta Alfonso Reyes, la política es consustancial a la moral.
La Ética a Nicómaco nos recuerda que el buen gobernante busca el bien común, no el brillo efímero de los aplausos, la ambición y el nepotismo.
Alfonso Reyes, en su Cartilla moral, advierte que el carácter es la medida del ciudadano y del funcionario.
Sin esa médula ética, todo proyecto acaba siendo retórica vacía.
En el extremo, la corrupción, la transa y los moches el modus operandi de verdaderas mafias, como la del huachicol, por poner un ejemplo.
El reto de la transformación que inició el expresidente Andrés Manuel López Obrador no está en convencer al pueblo —ya lo está—, sino en purificar sus entrañas: expulsar el pus de la desfachatez, la improvisación y el cinismo.
No basta con decir que los corruptos son “los menos”.
Hay que extirparlos con cirugía moral antes de que los intocables, avancen en corrupción y nepotismo.
Esos que piensan que tienen prevalencia en aspirar a cargos de elección popular por pertenecer a “familias” políticas con tradición, cual sucesión monárquica.
La verdadera aprobación no está en el aplauso, sino en la coherencia.
Y esa coherencia será la que determine si el segundo piso de la transformación se construye sobre cimientos sólidos o sobre los escombros de la autocomplacencia con herencias a un hedor prianista, tráfico de influencias y traiciones.
En Morena tienen que restringir con seriedad el derecho de admisión.
La presidenta Sheinbaum, como científica y amante de los números sabe que la construcción del segundo piso es sobre una base sólida y sin escombros.
Este segundo año que inicia en su mandato, no tengo duda, será para limpiar bien las escaleras: De arriba hacia abajo.
A la presidenta Sheinbaum la mayoría de los mexicanos la respaldan, como ayer, el Zócalo abarrotado.
@cuauhtecarmona