No solo por costumbre sino por prejuicio, a las mujeres se les ha identificado como únicas responsables del cuidado de la familia y, generalmente, sin conceder el valor real que esto tiene para la vida en sociedad.
Hablar de labores de cuidado, que incluyen un fuerte trabajo, implica la acción de las mujeres en el entorno inmediato al hogar, como es el ámbito comunitario, siendo fuertes gestoras de lo que se necesita para vivir bien en el barrio o colonia.
En este procurar constante del bienestar se genera identidad y sentido de pertenencia, como otra dimensión fundamental de la vinculación positiva entre los integrantes de la sociedad. Es un trabajo ininterrumpido y muy valioso para la cohesión social.
A lo largo de la historia, hemos visto que en países donde se han vivido periodos de extrema violencia, han sido las mujeres y sus organizaciones las que han insistido en la humanización del conflicto y en su resolución pacífica. Recordemos que la comunidad internacional ha reconocido que la participación de las mujeres es esencial para lograr una paz duradera, siendo agentes de la valoración plena la vida humana.
En nuestro país y en muchas partes del mundo, las mujeres ahora son protagonistas y principales promotoras del desarrollo y de los derechos humanos; son las primeras en arriesgarse y buscar el diálogo entre los grupos en pugna, yendo más allá de las fronteras psicológicas, ideológicas y físicas, para avanzar hacia el acuerdo y la reconciliación.
Este importante papel de mediadoras ha derivado en la creación casi natural de redes de mujeres para el restablecimiento del tejido social y el fortalecimiento de la cohesión comunitaria; ahora, lo que está faltando es respaldo institucional en general para vivir en paz, con seguridad y justicia.
Actualmente, las labores de cuidado integran la incertidumbre de si las hijas o hijos o esposos o padres, podrán regresar a casa. Las redes de mujeres para la prevención de la violencia con un enfoque de cohesión social han sido una de las grandes apuestas de las políticas públicas preventivas que instancias internacionales, como la Organización de las Naciones Unidas, han promovido desde hace más de una década pero ya no parecen alcanzar frente a la desaparición de personas, el feminicidio, la delincuencia y la violencia de cada día.
Son cada vez más las voces doloridas, indignadas de madres, hermanas, hijas y amigas las que se levantan para exigir servicios de salud, alimentos, medicamentos, justicia, paz y verdad; son voces que no solo merecen ser escuchadas sino obedecidas casi a ciegas, porque su sentimiento y clamor va por lo más valioso, por lo que más importa: la vida y que ésta sea digna y pacífica.
Así, la necesaria cohesión social depende hoy de la libertad y la seguridad con que las mujeres puedan vivir y seguir siendo esa gran columna para la familia, las localidades y la paz.
Carolina Monroy