Vi a la presidenta Claudia Sheinbaum dar el grito el lunes por la noche, vi a la escolta de mujeres cadetes del Heroico Colegio Militar, la vi recibir la bandera de manos de una de ellas, Jennifer Samantha Torres, y pensé que, a ninguna mujer en el país, esa escena podía dejarla indiferente. En la cúspide del poder político está hoy una mujer. Imagino, no sin gusto, la creciente dificultad para aquellos que quieren, en algunas regiones del país, seguir manteniendo a las mujeres fuera de las tareas de gobierno, o a quienes, en otras comunidades, visten de mujer a quienes quieren humillar. Sólo por eso, lo ocurrido el lunes en la noche, y ayer en el desfile, fue memorable.
Pero no se queda en eso. No es sólo cuestión de faldas en lugar de pantalones. Es que un liderazgo femenino (ejercido por un hombre o por una mujer) es distinto. Las formas también han cambiado. Hay más sutileza, menos arrebato. Más inclusión, menos polarización y menos protagonismo estéril. De entrada, en el grito, la Presidenta incluyó a varias figuras femeninas, heroínas de la independencia: Gertrudis Bocanegra, Manuela Molina, “La Capitana”, y “La Corregidora”, a la que le quitó el apellido de casada. Pero hubo más: la Presidenta no incluyó el “¡Viva la 4 Transformación...!” que había agregado López Obrador en su último grito, partidizando así un evento que, por definición, es un festejo de unidad. Eliminó también otra innovación muy desafortunada de López Obrador: los “¡Mueras..!”. Era escalofriante escuchar a un Zócalo atiborrado responder “¡Muera...!”, así fuera contra la corrupción o la impunidad.
En el desfile también se recuperó el respeto básico a la pluralidad del país al incluir en el podio a la presidenta de la Cámara de Diputados, la panista Kenia López Rabadán, práctica que también se había perdido con López Obrador.
Y estas formas sutiles que revelan los detalles de estas ceremonias también han estado presentes durante su primer año de gobierno. Persigue a la Presidenta la acusación de que no logra desmarcarse de su antecesor; apenas en estos días algunos caricaturistas la dibujaron dando el grito con la sombra de López Obrador a sus espaldas. Lo cierto es que gobierna de una forma muy distinta. Muy. Pero la falta de estridencia y teatralidad a la hora de imprimir su sello desconcierta a quienes, acostumbrados a una forma más masculina, no lo logran interpretar. Los gestos de referencia en estos casos son muy aparatosos y viriles: Cárdenas expulsó a Calles del país, Salinas le sembró armas a La Quina, Zedillo detuvo al hermano de Salinas, López Portillo mandó a Echeverría como embajador a las islas Fiyi. Nada de sutileza en esos ejemplos, mucha hombría y mucho ego, eso sí.
Claudia Sheinbaum ha dado un giro radical en la lucha contra el crimen organizado, ha dado el golpe a la corrupción y complicidad entre crimen y Estado más importante que se recuerde, intenta persistentemente reorganizar el sistema de salud que le dejaron por los suelos y enfrenta incólume la peor amenaza del exterior que hayamos vivido en tiempos recientes.
Sería ya hora de reconocerle que ha agarrado el timón y juzgarla por sus aciertos y sus errores sin estar permanentemente dudando de que sea la verdadera autora de sus decisiones o el títere de un supuesto caudillo.