En la entrega pasada, amables lectores, definí el sentido que tiene para mí el humanismo como filosofía de vida, la concibo básicamente a partir de acciones, emociones y sentimientos, siempre acercándome al otro, en cualquier circunstancia, situación o sentimiento. Reconocernos como humanos, y hacer de ello una práctica cotidiana, nos reconcilia de la maldad, que a veces, parece prevalecer en algunos actos de los hombres, como género, lo aclaro.
Coincidirán conmigo que lo humano tiene por definición, el componente esencial de los valores, como sustancia básica del actuar de las personas. Es relevante pues, reflexionar sobre cuantos valores reconocidos existen, cuantos “usamos” en nuestra cotidianidad, y cuántos de ellos los pensamos. Hay quienes piensan que los valores son casi infinitos, o se reducen a cien, cuarenta, veinte, o diez, o peor aún, asocian como sinónimos a los valores, pensando que se dice lo mismo, pero de diferente forma, y es obvio que existe una inexactitud en ello.
Pocos son los que nos llevan a confundir en su significado, difícilmente podemos encontrar en la definición de los valores, contenido idéntico, acaso un sutil halo lo hace diferente, por ejemplo, se me ocurre, entre fidelidad y lealtad, la respuesta inmediata es confundir con su significado, y aunque la diferencia es sutil, existe.
La fidelidad tiene que ver con exclusividad, generalmente se asocia este a las cuestiones del corazón, y el cuerpo, expresamos ese sentimiento, con la intención de generar confianza en el otro, y seguir viviendo aquello que nos da felicidad, y la lealtad tiene que ver con definiciones, en mi caso, a los valores personales que me inculcaron mis anteriores, en donde la lealtad debiera estar presente en todos los actos de mi vida, de este valor supremo, se desprenden como frutos, muchos otros, como confianza, compañerismo, respeto, compromiso, y algunos otros más, pero siempre a la luz de eso que llamamos ética.
Es entonces que cualquier ser humano, puede (y ¿debe?) actuar con estos dos valores a la vez, el primero que se constituye como una fortaleza frente los riesgos presentes en lo cotidiano, y el segundo, como las coordenadas de navegación en esta aventura hermosa que es la vida, y en la nave en la que viajamos, que llamamos nuestra Patria, la de todos: México.