No cabe duda. Lo mejor y también lo peor que le ha podido pasar a esta realidad virtual y muy poco virtuosa es que quien la hace la terminando pagando. Y usualmente por la misma vía que fue empleada para hacer de las suyas. Al parecer morder el polvo se ha convertido en la dinámica de la vida moderna y al menos es una de las satisfacciones que otorga el destino a la banda, que de otra manera vería cómo salen indemnes de sus gandalleces los miserables que se pasan de vivos.
Hace unos días se volvió viral el caso de una docente que, sintiéndose rebasada por lo que ella juzgó un acto de injusticia nominal, exigió que no le llamaran miss y argumentó no ser la señorita de Vip´s ni la señorita que está a cargo de nada (sic). La instructora dejó ver, en un material viralizado en TikTok, que, además de contar con profundos necesidades de reconocimiento público, desconoce el sentido de su labor didáctica. Y es que a todas luces está a cargo de un grupo de alumnos al que, paradójicamente, debería servir.
La profesora en cuestión engendró en pantera instantes después de desorbitársele los ojos ante la insolencia de un aprendiz que, con o sin intención de jorobar, osó llamarle como lo hace con sus “mayestras” de inglés. “¿A sus maestros les dicen mister?”, objetó la educadora, ausente de su labor pedagógica, para después preguntar al chaval si solo las mujeres no tenían derecho a grados académicos, debiendo ser minimizadas a ser unas simples señoritas.
El vergonzoso numerito terminó cuando la catedrática dijo al alumno, quien para ese momento ya no hallaba dónde meterse, que para él era doctora. Acto seguido le dejó en visto para continuar con el pase de asistencia. El video derivó en la crítica a la instructora ante sus malos oficios y peores ínfulas de yo-soy-aquella, sobre todo poniendo énfasis en el comportamiento discriminatorio exhibido. Y naturalmente ha traído a cuento el sentido de la educación y el uso que le dan quienes tienen en sus manos semejante encomienda.
Por alguna razón vivimos en un entorno que privilegia el culto a la personalidad, otorga una valía en exceso a los títulos académicos y reconoce sobremanera a quienes les poseen. Aunque en términos reales un documento de grado no es más que la certificación (en el mejor de los casos) que otorga una institución, acreditando las competencias sobre un área del conocimiento. Y no un salvoconducto para mirar por encima del hombro a los demás y además jactarse de ello.
Para nadie es un secreto que los posgrados no desapendejan. Eso ha quedado más que claro en el mentado video. Y también que contar o no con estudios no es sinónimo de calidez en el trato ni de eficacia en el servicio. Ayuda, es cierto. Pero está demostrado que cualquier cretino (o cretina, para el caso), puede emplear un foro académico para evidenciar estigmas sociales y desviar el verdadero objetivo de la educación, a saber, que el alumno aprenda, convirtiéndose en agente de cambio y en persona de bien. Y de paso el maestro. Que buena falta hace.
Carlos Gutiérrez