Las figuras de la cultura pop suelen tener un efecto particular en la memoria colectiva, en especial, cuando se trata de personajes que han poblado la industria del entretenimiento por años. No exagero si digo que los seres en cuestión pueden llegar a poblar el escenario doméstico con tal contundencia que se convierten en parte del paisaje habitual.
Para quien esto escribe esta relación de parentesco pop no es ajena y aunque al personaje en cuestión hoy día le encuentro lejano y difuso, responde fielmente a la descripción de familiaridad. Hace ya mucho que le vi en directo por única ocasión y nunca más me ha movido el interés por acudir a sus conciertos, ya no se diga disfrutar sus producciones más recientes; sin embargo, le profeso desde muy temprana edad una particular cercanía.
Y es verdad, ni siquiera le escucho con la frecuencia que implicaría la devoción, pero en recientes fechas me he sorprendido recetándome una lista musical, con canciones que no necesariamente son del agrado del gran público, pero que significan algo para quien esto escribe. Y al tiempo en que voy escuchándolas me he quedado pensando en cómo pervive una figura para mantenerse vigente entre los reflectores.
Para nadie es un secreto que Miguel Bosé no sólo ha dejado de pertenecer al público que acusa juventud, sino, además, a partir de los días pandémicos consiguió granjearse la antipatía del respetable en función de sus declaraciones, cuya incorrección política le ha traído tanto la defensa a ultranza de sus incondicionales, como la reprobación de los sectores woke.
Lo curioso es que el españolete sigue como si nada, ha vuelto a los escenarios luego de batallar con la voz, con sus opiniones e incluso con los ritmos musicales que le son disímbolos, aunque lleva décadas lidiando con las modas y siempre termina por encontrarles utilidad. Más allá del entendido de que infancia fue destino por la vía del traje de luces paterno y las luces escénicas maternas, la efigie del panameño más ibérico se renueva con el avance del tiempo.
Y es probable que su caso, habiendo dejado detrás de sí una estela de escándalos, de maneras poco comunes de ser y de un legado musical incuestionable, sea la historia de uno de esos difíciles de encontrar que trascienden su tiempo, su vida e incluso los gustos generacionales. Algo debe haber al respecto, de otra forma se antoja difícil subsistir en el imaginario por más de cinco décadas, incluso a pesar de las buenas conciencias y los caprichos de mainstream.