¿Qué tienen en común las empresas de cable y las concesionarias de transporte público? Primero, la imagen que brindan al mercado al que sirven. Segundo, que, a partir de la pericia con la que operan se construye un imaginario cuya reputación redunda en la ineficacia con que se muestran ante la sociedad.
He pensado en estos dos referentes (y no como ejemplos de prácticas exitosas), a raíz de dos fenómenos. Recientemente se difundió en redes sociales la intentona por paralizar el transporte público en el Valle de Toluca, luego de que se pretendiera conseguir un aumento a las tarifas.
Y aunque sólo quedó en eso, provocó que hubiera gente tomando clases a distancia o buscando alternativas para desplazarse. Al final no pasó a mayores, sin saber bien a bien si hubo algún acuerdo o si el tema fue un mero rumor, lo cierto es que la normalidad volvió a las calles del Valle de Toluca.
Lo curioso es que el tema del aumento en el costo del pasaje llega de parte de quienes se conducen de manera arbitraria, errática y deficiente. Y si bien sería un error generalizar, es sabida la frecuencia con que eso ocurre y los desastres consecuentes.
Y no digo que el costo de la vida no amerite una ajuste tarifario, pero no deja de llamar la atención que la mera demanda de aumento y el dichoso intento de paro acabe generando inconvenientes a la gente a la que sirven. Un mejor escenario sería si hicieran un trabajo impecable, tal vez así el alza al pasaje se comprendería.
En el caso de los cableros, hay una imagen que se vuelve constante y que quizá por cotidiana se pasa por alto. Es la brutal cantidad de líneas que penden de los postes en las calles de cualquier ciudad. Una presencia innecesaria porque ya son inservibles o son consecuencia de un prestación suspendida.
Como sea es una responsabilidad que debería competir a las empresas ofertantes, ya que fueron ellas las que colocaron lo que se habría de convertir en basura y en riesgo latente para la población, sin contar el perjuicio de aquellos que sí requieren el cableado y tienen contratos activos.
¿Qué tienen en común ambos modelos de negocio? La ocasión de capitalizar una enorme oportunidad de crecimiento al ofrecer un trato esmerado y en beneficio del mercado al que sirven. Esta idea la firmaría cualquier especialista en calidad en el servicio y lo comprendería alguien con dos dedos de frente.
El riesgo es que no resulte tan evidente (y viable) como se antoja. Y, peor aún, que a la población le sea indiferente, pues se trata de dos giros que persisten gracias a la necesidad y probablemente por ello se toleren inconsistencias e impericias.