Cultura

Chambones

Para dos cosas hay que tener cuidado en la vida, me dijo alguien en una ocasión: para hablar y comer pescado. Al argumento no le faltaba lógica, sólo que la apreciación debió haber sido mucho más holística a la hora de pensar en la papeada.

La frase ha dado vueltas en mi cabecita loca los últimos días por una afición que, de tan frecuente, podría decirse que me encamina al grado de cinta negra en la materia. Me he vuelto maestro en el arte de renunciar a propuestas culinarias.

La última fue por unos tacos, de taxista, dicen los enterados, en cuyos guisos, tortillas hechas a mano, sazones caseros y abundantes porciones, el lugar había visto mejores días que al parecer han acabado.

La propuesta ahora se basa en una atención poco esmerada, cantidades que han disminuido en los platos inversamente proporcionales a los precios y la certeza de que el sabor es el único ingrediente que ya no es invitado a disfrutar de “la experiencia”.

Así como este concepto muchos otros han bailado las calmadas, en casi todos los casos por las mismas razones: mala calidad en el servicio, mezquindad de las porciones y encarecimiento de un producto que no está a la par de lo que solía ofrecerse.

Me queda claro que el aumento en el costo de la vida implica el alza generalizada en los precios, pero cuando se sacrifica calidad intentando mantener el margen de ganancia, el riesgo de perder clientela es tan latente como inevitable.

Si a eso sumamos que los empleados carecen de vocación para atender al consumidor, de competencias para hacerlo con eficiencia y hasta desinterés porque el negocio no les pertenece, la ironía en muchos chiringuitos es que se renten para desarrollar la actividad, vivan de ello y aun así lo hagan mal.

El problema no para ahí, porque si sólo se tratara de trabajadores incompetentes, bastaría con despedirles y contratar otros menos chambones. Pero da la impresión de que los dueños no comprenden que cuando maltratan a su público la respuesta reprobatoria llega más antes que después.

Sin embargo, en el colmo de los casos es el propio comensal el que legítima la falta de arte de empresarios y trabajadores para atender como se debería a quienes dan sentido a un negocio, pues pareciera que les gusta ser maltratados y que pagan para que eso suceda.

Ojalá llegue el día en que el escenario cambie y se percaten quienes conforman el ecosistema que, aunque el producto que se oferta es la razón de que se acuda a los negocios de comida, es el dinero del cliente, su apetito y las ganas de ser bien tratado los motores que le vuelven la piedra angular del tema.

Si no ocurre, es que quienes se dedican al negocio no merecen el privilegio de tocar la vida de la gente con su sazón.


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Carlos Gutiérrez
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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