Cultura

Café caliente

Una taza vaporiza al fondo de una mesa, el espeso humo de cigarro no deja percibir la aromática infusión que se pasa para ser bebida. Alejandro, que trabaja de mesero en la cafetería de la esquina, le recuerda al cliente que su expreso está listo; al mismo tiempo ronda por su cabeza la imagen de los cafetos de su tierra, las manos con ampollas de su padre al regresar de los plantíos y de la poca paga que recibían por tan arduo trabajo. La situación económica no dio para estudios, al menos para él por ser el mayor, eso no le acomplejaba porque tenía la satisfacción de trabajar a corta edad.

¡Trabaja cortado, dos americanos, un cappuccino y la cuenta de la mesa tres!

Su empleo, con un salario que se complementa con la propina del comensal, lo llena de satisfacción. Aunque es poco su ingreso, sabe que al llegar a “casa” podrá guardar parte de sus propinas para su proyecto, abrir un negocio con los platillos de su pueblo. Sueña con aquellos platos de arroz con mole rojo, un vaso de agua de horchata y arroz con leche, todos propios de las fiestas que se hacían en su tierra natal; como cuando su tía Judith se casó, mataron seis puercos y quince gallinas; con familiares nunca vistos. Y aquel pastel; el más grande que pudiera imaginar. Correr por los pasillos de la casa, brincar los costales con verdura, huacales con semillas y los charcos de sangre que desprendían las gallinas al estar colgadas de entre los pilares después de haber sido degolladas; en fin, para algunos representarían imágenes grotescas, pero para la infancia de Alejandro era parte de su vida cotidiana. Al llegar a la juventud tomó la decisión de probar suerte en la capital, caso contrario a los demás de sus amigos que decidieron huir para el norte, él pensaba que salir del país era negar sus raíces y eso nunca lo permitiría, razón por la cual en lugar de comer hamburguesas desabridas prefería unos tacos de guisado o una comida corrida de aproximadamente treinta pesos.

Esta mañana se despertó antes de que sonara la alarma, como todos los días; tomó su uniforme limpio y se dio un baño, decidió no desayunar su licuado de chocolate y emprendió el viaje al trabajo. En el camino se dio cuenta que no era un día normal, al analizar los millones de posibilidades que existían de un accidente, el auto, la calle, el poste, la señora que pasa sin voltear a ver la calle, el niño que juega con su carrito mientras lo empujaba su madre de camino a la escuela, etcétera. En una fracción de segundo escucha un chillar de llantas y piensa lo peor, ¡me van a atropellar! Pero es solo el caos en la ciudad y esta a media cuadra de su trabajo. Una vez dentro pregunta ¿Qué hay de desayunar?, mientras al fondo se escucha, ¡café y gorditas de masa como las de tu pueblo! _

Benjamín Ramírez

otanconmx@yahoo.com.mx




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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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