En nuestra caricaturesca búsqueda por evitar la influencia familiar en nuestra propia historia, intentamos cualquier cosa que rompa con el hechizo -o maldición-, según sea el caso. Como si nuestros padres o abuelos no hubieran hecho, además, lo que pudieron bajo el contexto en el que se encontraban. Pero, esa historia de generaciones anteriores, no nos parece suficiente, es decir, nos queda apretada. Repetir historias familiares suena a algo mediocre, condenatorio y de pronto inevitable si no se trabaja. Qué trágico suena estar determinados por la influencia –o huella genética- de nuestros personajes más cercanos.
Le ponemos tanta atención a la narrativa familiar, a los acontecimientos previos a nuestra vida, que a veces sucede algo peor: nos repetimos a nosotros mismos. Convertimos nuestra vida en un loop, en un acto autófago, en un circuito permanente, en un símbolo que, como el infinito, no tiene principio ni final; o, dicho de otra forma: vamos con los pies y cabeza construyendo una historia sin pies ni cabeza. Una y otra vez, hasta el hartazgo, en distintos escenarios y con diferentes personas, pero bajo las mismas circunstancias emocionales, donde no hay precisamente una recreación, renovación o resurgimiento sino una confirmación cíclica de nuestra historia.
El sábado pasado, poniéndonos al corriente de nuestras vidas, Luis (mi primo hermano que es más hermano que primo) me dijo algo que resonó en mi modus operandi: uno sube un escalón para encontrar el impulso suficiente para subir al siguiente. Y es que a veces subimos un escalón, bajamos al anterior, volvemos a subir, volvemos a bajar y convertimos nuestra vida en una serie de repeticiones con la consigna de volver a empezar o con el mantra de partir de cero.
Además de ser desgastante, deja de tener sentido, si es que en algún momento lo tuvo. Muchas veces sucede que vamos hacia adelante y subimos escalones con el mero impulso de la vida, con la voluntad de los caminos que se encuentran frente a nosotros. Y no nos damos cuenta. Ascender puede ser un acto inconsciente, una pulsión de vida. Un acto de supervivencia, ni siquiera de éxito o ambición. Pero bajar, tocar fondo y escarbar puede convertirse en nuestro eterno retorno. ¿Y qué más da si nuestra historia es semejante a la de nuestros padres o abuelos? Mientras tenga movimiento y no sea un constante partir del mismo lugar al que se vuelve, no me parece tan mal. Sentir el impulso de seguir caminando solo puede venir de un lugar profundo que refugia nuestro motor vital.