Cultura

Cepillos íntimos, desechables

  • El ornitorrinco
  • Cepillos íntimos, desechables
  • Bárbara Hoyo

Óscar de la Borbolla escribió, en su columna más reciente, "Porque un día, un día funesto, la eternidad se triza y el cepillo de dientes amanece distinto, y quienes nos habían acompañado toda la vida ya no están..."

Yo, con mi mente primitiva, me estanqué en la evocación de mi cepillo de dientes junto al de David, que incluso pasan mucho más tiempo acompañándose que nosotros mismos. A veces separados por unos cuantos centímetros, otras apenas tocándose de los extremos, pero siempre con el enjuague bucal, el hilo dental, el jabón y tres perfumes de testigos. Y pensé, ¿qué tanto saben esos cepillos de nosotros, de mí, de él, de nuestras manías compartidas?; ¿qué tanto saben de nuestro ánimo, desprendido al frotarlos, al inicio y al final del día?

Los cepillos de dientes son, de modo simbólico, los que marcan nuestro territorio, nuestra llegada a nuevos lugares, los imprescindibles en los viajes, los cómplices de nuestras pérdidas de infancia y transiciones, de niños y de viejos.

Los cepillos de dientes son artefactos, ya sean suaves, medios o duros, con diferentes formas, tamaños y texturas, eléctricos o manuales, que ponemos dentro de nosotros, pero nunca por mucho tiempo, para que, de alguna forma, sean parte nuestra y no, aunque, durante algunos minutos al día, estén ahí: tomados por nuestra mano, metidos en nuestra boca, tocando nuestra lengua, nuestras encías y nuestro paladar, tocando nuestra intimidad. Tan nuestros y tan ajenos, al mismo tiempo.

Porque, además, después de 10 semanas, en promedio y de manera inevitable, serán desechados sin apego alguno, reemplazados cuando no den para más, cuando su conjunto de cerdas, blancas y sintéticas, dejen de limpiar como solían hacerlo. O cuando se nos ocurra algún otro pretexto para que ya no formen parte de nuestros objetos útiles.

Algunos cepillos culminan su destino limpiando cosas que no son dientes. Otros tantos terminan peinando cejas femeninas. La vida de un cepillo de dientes la determinamos nosotros y puede parecer insignificante, pero es parte de nuestra rutina, junto a la almohada y al café.

Todo estaría incompleto sin nuestro cepillo de dientes sacando espuma, sabor a menta o a hierbabuena o a chicle, con nuestra mirada fija en el espejo, contemplando la ridiculez y la higiene, pensando en la eternidad, como Óscar de la Borbolla, y completamente inconscientes que eso que sostenemos sólo nos tocara a nosotros y conoce más lugares nuestros de los que nosotros podremos ver.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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