Con la seguridad del iniciado en misterios sin revelar, se acercan y dan sus consejos, son los eruditos de ocasión. En la novela La Rebelión de Atlas de Ayn Rand, la sanguijuela del personaje de Jim Taggart se acerca a Francisco D’Anconia, un genial y cínico millonario, Jim con arrogante condescendencia le dice: “Francisco en lugar de tratar de ser cada vez más rico, de buscar solo hacer dinero, te deberías preocupar por los más desfavorecidos y ayudarlos”; D’Anconia que no tiene tiempo para la hipocresía y la poca inteligencia de los otros, le responde: “Jim ¿Sabes cuál es el problema de dar consejos que no te han pedido? Que te vas a dar cuenta de lo poco que le importa a los demás tu opinión”.
La vida está saturada de aconsejadores espontáneos, que sin ser solicitados se acercan con autoridad y dan su opinión a desconocidos, interrumpiendo el momento, invadiendo con su presencia. Está de moda dar consejos, la avalancha de información de mala calidad que pulula en las redes ha formado legiones de sabios de banalidades. La moral de la corrección política les da, además, un barniz de bienhechores, así como Jim, que es un ser despreciable, pero da consejos morales a quienes envidia, pretendiendo degradarlos.
Los aconsejadores aspiran cambiar el curso de una decisión, por elemental que sea, asesoran en las compras cotidianas, dan recomendaciones de salud, amorosas, psiquiátricas, es un misterio cómo seres tan elementales puedan, según ellos, acumular tantos conocimientos inútiles. Las oportunidades de estos actos de arrogancia son escazas, así que están alerta para aparecer y soltar una de sus verdades. Esto no es por bondad ni es caridad, es como Jim, entre envidia y arrogancia, se trata de marcar la superioridad insulsa que otorga poder instantáneo. Se pasa de la intrascendencia a la presencia totémica de la “verdad”.
El problema es que muchos pensamos como D’Anconia y nos importa nada lo que digan y piensen, hay quienes ejercemos el privilegio de la independencia y de vivir nuestras experiencias. La tribuna está abarrotada, hay desde los aconsejadores cotidianos, a los mesiánicos que dan lecciones desde las redes para cambiar el mundo, vaticinan el apocalipsis del cambio climático, señalan a quienes no cumplen los preceptos de la bondad de las causas de moda.
Es un método de ventas, para vender asesoran y afirman qué le conviene al consumidor. En el proselitismo es igual, tratan de convencer cómo cambiar la vida, no importa si son nimiedades o es el fin de la especie humana, los aconsejadores saben la verdad porque piensan que son mejores que el resto. Al ignorarlos se ofenden, asumen que el mundo debería estar agradecido con sus palabras. Nada qué agradecer. Es preferible la soledad de la propia voz, que la compañía de un coro de voces que tratan de cubrir con su pretenciosa presencia a la luz de la libertad.