Para prepararme a ver El callejón de las almas perdidas (Nightmare Alley), la nueva película de Guillermo del Toro, busqué la versión de 1947 dirigida por Edmundo Golding. Me sorprendió la eficacia y crudeza con la que la estética del blanco y negro, la estructura elíptica y el estilo de actuación - entre otros por Tyron Power - trasmiten al espectador la imagen de un mundo cruel y dividido: Una parte que por necesidad de trabajo inventa trucos, ilusiones y estrategias para engañar y la otra que, por necesidad de emociones, duelos o culpa, busca diversión, sosiego y acepta ser engañada. Ya que la novela Nightmare Alley de William Lindsay Gresham se publicó en 1946 y el filme se estrenó un año después, caí en cuenta que la película remite a los trucos y engaños de los líderes fascistas y la segunda guerra mundial que llegó a su fin en 1945.
La nueva versión de Nightmare Alley escrita y dirigida por Guillermo del Toro convierte el relato de origen en un discurso moderno que enriquece el film noir con elementos de drama y suspenso que involucra al espectador con la historia de ascenso y descenso de un embaucador inteligente y empático. En la primera secuencia observamos a Stanton (Bradley Cooper) prender fuego a una casa, en la segunda lo vemos atraído por las luces y la rueda de la fortuna de una feria con atracciones de fenómenos e ilusiones, donde aprende a sobrevivir con trucos y estrategias de ilusionista y descubre su talento seductor. Su ambición de riqueza y ascenso social lo lleva a los elegantes clubes nocturnos de una metrópoli, dónde, junto a su fiel asistente Molly (Rooney Mara), sorprende por su capacidad mentalista y se asocia con una psicoanalista (Cate Blanchett) que le da acceso a su extensa colección de cintas de sesiones grabadas con pacientes pudientes.
Nightmare Alley no es una novela política, ni tampoco lo es el filme de Guillermo del Toro. Sin embargo, remite a la época de Adolf Hitler y la segunda guerra mundial. El filme noir que Del Toro armó alrededor de la construcción de un personaje que observa y aprende a seducir, embaucar, engañar y extorsionar a los demás para conseguir, como dice, “más, y más, y cada vez más”, es traducible a todo tipo de contextos y sociedades. ¿Más de qué y para qué?, nos preguntamos. Para Stanton parece ser más dinero, fama y estatus social. Para su cómplice, femme fatale y profesional de la menta humana, significa más poder y un pérfido sentimiento de superioridad sobre los demás. Imposible no buscar paralelos históricos y actuales con personajes, ideas y movimientos que seducen, embaucan y extorsionan para complacer su sed de bienes materiales y poder.
Los enigmáticos callejones y el gabinete de “monstruos” envasados en formol contrastan con los decorados art nouveau y la elegancia de los clubes y salones. Son elementos del universo fílmico de Del Toro que experimentamos en la exposición En casa con mis monstruos. Cuando su protagonista exclama “nací para ser monstruo”, sabemos que su monstruosidad es resultado del maltrato, la doble moral y la explotación. Al igual que en Freaks (Tod Browing 1932), Kaspar Hauser (Werner Herzog.1974) y El hombre elefante (David Lynch 1980). Me parece que el filme también invita a repensar el cine como poder ilusionista e incluso mentalista.
Anemarie Meier