Cada nueva película de Paul Thomas Anderson despierta una avalancha de comentarios entre los cinéfilos y críticos de cine.
Recordemos la impresión que el director causó con Magnolia, Boogie nights, Petróleo sangriento, The Master, El hilo fantasma y El vicio propio, películas con historias y personajes de distintas épocas y edades cuyos destinos y conflictos individuales forman parte de un gran fresco sociocultural de Estados Unidos de Norteamérica. Con su singular título que alude al dulce de la planta Regaliz y los discos de vinil, Licorice Pizza nos regresa a los años 70 y el Valle de San Fernando de Los Ángeles, donde nació y creció el director. Rodada en el celuloide de 35 milímetros del “viejo cine”, el filme remite al estilo de vida, las modas y la estética de la época. Y a una adolescencia vivida con pasión, entrega y sueños de un futuro de éxito.
Interesante que el guionista y director haya “empacado” sus recuerdos en dos personajes principales: Gary de 15 años, interpretado por Gary Hoffman, hijo del actor Philipp Seymor Hoffmann, y Alana, joven judía de 25 años, interpretada por Alana Haim, integrante de un grupo musical conformado por tres hermanas.
El protagonista Gary es el típico adolescente de su tiempo, gordito con melena grasosa y espinillas. Como actor juvenil en series de televisión goza de reputación entre sus compañeros de colegio, además de que es sumamente hábil y ocurrente con su palabra y poder de convencimiento.
“Hoy conocí a la mujer con la que me voy a casar”, le anuncia a su hermano menor al que cuida cuando su madre publicista está de viaje. Alana, su objeto del deseo, es todo lo contrario. Reservada y huraña sigue viviendo con sus estrictos padres y trabaja con un equipo de fotógrafos sociales. Sin embargo, el adolescente Gary la divierte y, poco a poco su insistencia la contagia y hace desarrollar su poder femenino. Mientras Gary tiene éxito con varios negocios, Alana descubre su capacidad de manipulación en la promoción de mercancías, una campaña política y como acompañante de celebridades del cine como Sean Penn y Tom Waits.
A la historia de atracción y rechazo entre un chico de 15 y una mujer de 25 años que atraviesa como hilo rojo el filme, se agrega la detallada y divertida observación del estilo de vida californiana y los valores sociales de la época.
La promoción de un restaurante japonés, el éxito de un negocio de camas de agua y las experiencias de un candidato político gay, son captados con empatía y humor pero también con una perspectiva crítica.
La aparente ligereza de la historia y el estilo revela que la carrera por el éxito – material, social y político – tiene su costo. Con Licorice Pizza Paul Thomas Anderson refuerza lo que había señalado en Magnolia, Petróleo sangriento y otras películas de su obra.
Annemarie Meier