Otra vez la Sierra Norte de Puebla. Otra vez muertos. Otra vez desaparecidos. Otra vez la misma ruta de la tragedia.
Hasta el lunes, trece personas perdieron la vida, cuatro siguen sin aparecer y muchísimas más que lo perdieron todo. Las lluvias provocadas por la tormenta Jerry primero y Raymond después, destrozaron caminos, arrasaron casas, colapsaron cerros y dejaron comunidades incomunicadas.
Hasta ahí, podría pensarse en un desastre natural, pero no, también es un desastre institucional en aquellos municipios que no avisan a tiempo y por lo tanto, no toman las medidas para prevenir decesos, tomando en cuenta que es muy recurrente que cuando llueve, se pone complicado el escenario en ese territorio.
No es la primera vez. Tan solo en 2016 me tocó cubrir la desgracia en Tlaola y también en Huauchinango provocada por la tormenta Earl. En aquel entonces el epicentro fue la comunidad de Chicahuaxtla y en todo el estado perecieron una treintena de poblanos.
Ahora, en la colonia Nuevo Monterrey, fue donde se concentró el mayor número de fallecidos.
Cada año pasa lo mismo, cada año lo advertimos y cada año el gobierno finge sorpresa. Los cerros no se cayeron por azar sino porque las laderas siguen sin reforzar, los cauces sin desazolve, las viviendas son construidas donde no deben y otros factores que no son casualidad.
Y cuando la tragedia ya está encima, viene el mismo ritual de los buenos deseos. Hacen conferencias, prometen apoyos, declaran emergencias, pero la emergencia, la verdadera, lleva años.
Las lluvias no son necesariamente las culpables pues hay métodos de predicción para prevenir.
En el recorrido que hice a la zona devastada, la constante fue la misma: “no nos avisaron a tiempo”.
La emergencia es el espejo que refleja la falta de planeación y el desprecio por las zonas rurales.
Pero no todo lo podemos dejar en manos del gobierno. Lo que viene ahora, después de la tragedia, es la solidaridad y ahí, no hay mal que por bien no venga. Una vez más, nos toca como sociedad ayudar a los que están enfrentando la doble desgracia, es decir, la natural y la institucional.
Y las autoridades de los tres niveles están a prueba para demostrar que son diferentes a los que en el pasado enfrentaron con corrupción la desgracia.