Política

Los adultos que nunca seremos

  • Columna de Alberto Isaac Mendoza Torres
  • Los adultos que nunca seremos
  • Alberto Isaac Mendoza Torres

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Quizá la teoría más controversial y que pone al señor profesor Freud en el centro de las discusiones y el debate de su época es la de la sexualidad infantil. Muchos dirán que para le era victoriana en la que le tocó vivir no podría esperarse otra cosa más que un escándalo. Pero si el vienés hubiera nacido hace unos 30 años y hoy publicara sus “Tres ensayos sobre teoría sexual”, le iría igual de mal y en una de esas hasta peor.

Si estos postulados siguen vigentes e incluso apropiados por otras teorías psicológicas, se debe en gran medida a que llegaron edulcorados a las aulas. Desde luego que para los estudios psi (hoy si dejo fuera al psicoanálisis) es importante hablar de etapas en el desarrollo de la niñez vinculadas directamente a cuestiones nutricias y de control de esfínteres. Y bueno se habla de la sexualidad, pero con voz bajita, para no alterar a las buenas conciencias ni despertar a la policía de la moral.

Claro llega el biólogo suizo Jean Piaget y plantea que el niño no es un adulto en miniatura, y su teoría es recibida con biombos y platillos, no solo por los psicólogos, sino especialmente por los educadores, que son al final de cuentas los cuidadores con los que estos “pequeños perversos polimorfos” como los llamó Freud pasan la mayor parte del tiempo. Al fin, alguien se atrevió a borrar la sexualidad infantil, que por si sola, la sexualidad claro está, nos sigue dando “espanto” para parafrasear a Pascal Quignard.

La sociedad acepta gustosa la idea de que los niños no son adultos en miniatura, pero en los hechos nos comportamos de una manera diametralmente opuesta.

Muchas de las solicitudes de consulta se dan, como ya lo he compartido en muchas otras ocasiones, por problemas conductuales: el niño (y debo agregar aquí también al adolescente que es visto por los papás como un niño grandote de estatura) no come, no duerme temprano, escucha música infernal, se la pasa con la consola de videojuegos o con el celular, no se asea, no obedece, no respeta, en fin, la lista podría ser muy larga.

Qué quiere decir esto, que en realidad los padres o los cuidadores lo que buscan es tener adultos en miniatura. Que los niños acepten gustosos la idea de que deben ir cinco días a la semana a encerrarse por 5, 6 o más horas en una escuela, que los obliga a estar sentados en incómodos bancos y de vez en vez les permite salir a los patios a tomar aire puro y jugar, que es lo que ellos quieren hacer.

Que los niños vayan a dormir a la cama a una hora determinada, se despierten gozosos entre semana temprano y los fines tarde, que coman comida saludable, agua natural en lugar de bebidas azucaradas. Que tengan paciencia cuando el tráfico está insoportable y por si fuera poco aderezado por el calor canicular. Que no escuchen música de autolesiones o lesiones al otro, que brinquen solo en el campo y que guarden silencio durante la función de cine. Que esperen su turno para jugar o para pedir algo.

Las demandas que les imponemos a los niños no son más que la representación del propio ideal del Yo, ideal que por otra parte es imposible de alcanzar. Porque nos saltamos la fila, nos desesperamos en el tráfico, gritamos cuando debemos hablar, usamos el celular en el cine, no controlamos nuestras emociones, no comemos saludable, nos cuesta cumplir con los deberes.

En términos prácticos les estamos pidiendo a los niños que se conviertan en los adultos que nosotros no somos y seguramente nunca seremos.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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