Política

PAN

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No puede entenderse la transición democrática mexicana sin el Partido Acción Nacional. Su brega de eternidades desembocó, junto con la lucha de la izquierda, en los primeros triunfos opositores y en la primera alternancia presidencial. El partido fundado por Gómez Morín y otros personajes inteligentes, cultos y probos tuvo una trayectoria luminosa como impulsor de la democracia. Nada que reprochar a los místicos del voto, esos bichos raros a los que el régimen priista no pudo descifrar, los idealistas empeñados en dar desgastantes batallas testimoniales. ¿De dónde salía el masoquismo? De ideas, convicciones, decencias. Terquedades del árbol que da moras.

Seis décadas después, sin embargo, el panismo encontró un reproche: el déficit de vocación de poder de los viejos doctrinarios. Eso sí, aun en esta pragmática disidencia prevaleció la rectitud: a Clouthier y a los demás rebeldes los movía el genuino deseo de un país mejor y, sí, también una buena dosis de idealismo. Tampoco faltaron pensadores en esa mutación finisecular: ahí estuvo Castillo Peraza, con su brillantez en ristre. Finalmente, el PAN dejó de ser el súper yo de la república para convertirse en el yo de dos sexenios. Ahí empezaron los problemas. Se manchó de ambiciones y presupuesto, sucumbió a tentaciones, cometió errores y reprobó el examen que la partidocracia hecha gobierno suele reprobar. El deterioro fue acelerado, y no fue asunto de paleopanistas o neopanistas. Nada de lo humano les fue ajeno, diría Terencio, empezando por las corruptelas.

Si no por otra cosa, por ese pasado ilustre que precede a su degradación merece el panismo otra oportunidad. Ahora bien, si quiere recuperar la confianza ciudadana debe demostrar —facta, non verba— que tiene conciencia social y que ya no tolera la corrupción. Y debe aprovechar el talento que le queda para preparar las camadas de mañana y para ganar la guerra de la narrativa. Cuenta con ideólogos lúcidos como Rodríguez Prats, injustamente marginado por su espíritu crítico, con referentes éticos como Romero Hicks, con tribunos perspicaces como Anaya y polemistas de fuste como Germán, Triana, Kenia, Döring, Adriana. No sé cuántos votos den los discursos y videos épicos; sé que las primarias abiertas, la afiliación sin padroneros y la “despriización” ayudan. ¿Patria, familia y libertad? Lamento que no apelen al centro —AMLO lo mandó a La Chingada— pero mientras invoquen a González Morfín y la democracia cristiana y no a Abascal y la ultraderecha, que se relancen. Ya habrá tiempo para socialdemócratas.

Decir que necesitamos una oposición competitiva es un lugar común. Tanto que hasta la 4T lo repite de dientes para afuera, aunque dientes adentro masculle el veto a Somos México y su anhelo de un país de pensamiento único. Por eso, porque pese a todo la del PAN es una marca potente y los estrategas cuatroteros temen su reposicionamiento, no me sorprende que ataquen con saña a un partido que juzgan desahuciado. Yo, por mi parte, hago votos por la recuperación de la esencia democratizadora de Acción Nacional. Me remite a aquel venturoso encuentro de Luis H. Álvarez y Heberto Castillo, una valiosa prueba de que, cuando de combatir la autocracia se trata, no hay más geometría política que el triángulo de honestidad, voluntad democrática y amor a México. 


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Agustín Basave
  • Agustín Basave
  • Mexicano regio. Escritor, politólogo. Profesor de la @UDEM. Fanático del futbol (@Rayados) y del box (émulos de JC Chávez). / Escribe todos los lunes su columna El cajón del filoneísmo.
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